Por Edistio Cámere
En sentido práctico, de un colegio solo de varones o solo de mujeres se le dice de educación diferenciada, por contraponerlo a un colegio mixto o coeducativo. En sentido real, la convivencia de los dos sexos no tendría por qué soslayar las diferencias. Es cierto que la presencia de hombre y mujer en proceso de formación en una misma escuela exige de una política intencional de diferenciación, que en el caso diferenciado la omite por ser un dato evidente y simplemente se actúa en orden a esa realidad. Pero la educación en sí misma no se agota en una primera diferenciación; debe buscar, además, atender las diferencias individuales que se observan independientemente del sexo.
Una escuela, por ser mixta o no, no garantiza o perjudica el despliegue de todas las virtualidades del alumno o de la alumna. Es necesario remitirse a la filosofía del hombre que dirige el accionar pedagógico. Un colegio que se dice mixto, que no procura paridad numérica entre profesores varones y mujeres, predica una indiferenciación en la práctica. Mientras que uno que no es mixto, puede basar su sistema educativo en paradigmas de cómo debería ser el hombre o la mujer terminando por uniformizar y, al extremo, por imponer un comportamiento que calce con ese estilo o modelo.
En el primer caso, la consecuencia, en la práctica, es que ese colegio deja de ser mixto: el estilo y el ambiente lo imprime el grupo de profesores mayoritario por sexo. En el otro caso, el colegio no expresa acusadamente su condición de diferenciado porque excluye o no atiende a aquellos alumnos o alumnas que no encajan en ese imaginario colectivo de la escuela.
Sin duda, el tener alumnos de un sexo u otro no es un constructo cultural ni menos una opción -absurda pretensión de intelectuales mal intencionados-, es un hecho abocado a la naturaleza humana; es biológico, físico y antropológico. Esta verdad humana se abre paso en lo cotidiano, donde se despliegan sus virtualidades masculinas o femeninas. Por tanto, asumir la condición mixta de una escuela como sinónimo de entrevero o fusión, tal como ocurre con los elementos químicos que dan paso a un tercer elemento, es un despropósito.
La naturaleza discurre sabiamente buscando sus pares hasta que llegada la edad núbil se especifica en la atracción, antesala de la complementariedad entre los sexos. Los niños se agrupan entre sí lo mismo que las niñas. Compañeros de aula pero no de aventuras, de juegos o de sueños. Las Matemáticas, la Literatura o la Física por igual se dejan comprender por ambos sexos. El mayor o menor dominio depende de la capacidad intelectual y de su uso, que varía no solo genérica sino también individualmente.
Complementariedad
Las mujeres en mayor proporción maduran más pronto. Razón por la cual adquieren un mejor talante o porte de estudiante. Mientras que los varones lo van logrando conforme pasan los años. El ritmo de aprendizaje siempre hacia delante lo imprimen aquellas que, sin lugar a dudas, beneficia a los segundos. La inquietud y la dispersión de los alumnos permite generar un ambiente más flexible en el cual florece el pensamiento divergente capaz de saltos cualitativos, que a su vez es afirmado y mantenido como respuesta por las alumnas. De este modo, la simultaneidad entre la continuidad y la innovación beneficia tanto a varones como a mujeres desde la complementariedad.
Las diferencias psicológicas y biológicas que se van dibujando con mayor nitidez a partir de la pubertad, reclaman -dentro de un sistema mixto de convivencia- con mayor constancia y precisión de un trato personal diferenciado. No basta con la impronta que pueda dejar la cultura de la escuela; con abnegación y paciencia se tiene que llegar a lo propio de cada chico o chica. Aquel o aquella, desde su condición sexuada manifiesta cómo le afecta su mundo interior y cómo le preocupan las cosas de su entorno inmediato. Esta apertura subjetiva tiene que ser acogida para que se cierre el proceso de educación, diferenciado por otra persona del mismo sexo.
Punto de quiebre
La afectividad y sus manifestaciones son el punto de quiebre entre ambos sistemas escolares. Al margen que desde no hace mucho tiempo se le concede importancia, por tanto, su educación es incipiente, habría que señalar que en una escuela de hombres o de mujeres se puede correr el riesgo de inhibir algunas expresiones o mostrar solo un polo de aquella. En una escuela mixta el riesgo es otro. De un lado, puede llevarse al extremo de privilegiar el sentir sin el norte de la razón: el capricho, la superficialidad y la debilidad del querer pueden ser algunos síntomas. De otro, puede darse cierta indiferenciación o mimetismo que lleve a expresiones mantenidas sobre la base de la obtención de ventajas comparativas en las relaciones interpersonales. Lograr el justo medio en la educación de la afectividad es grave responsabilidad en ambas escuelas. No es solo preocupación de los colegios mixtos.
En términos generales, una escuela mixta tiene que proponerse intencionalmente -a través de sus políticas y estrategias- subrayar y cultivar las diferencias, de lo contrario corre el riesgo de pasarlas por alto. El colegio diferenciado tiene también que cuidar sus modos y procedimientos para no caer en exclusiones o en inhibiciones. ¿Cuál es mejor? Es justo que coexistan ambos sistemas en una misma sociedad. Los padres de familia tienen el derecho de optar el sistema educativo que mejor les parezca. Sin embargo, es recomendable, antes de decidir, hurgar en el Ideario y las políticas educativas de cada colegio. Finalmente, desde allí se fragua la diferenciación.