Gestionando a través del sentido común

Edistio Cámere

Desde el pasado 28 de diciembre, Don Rosendo Serna lidera el Sector de Educación. El ministro saliente se enredó con sus propios pasadores, al punto que los temas álgidos siguen activados. Desde esa óptica se explica que de inmediato se hayan suscitado especulaciones, premoniciones, sugerencias de primeras acciones, dirigidas al flamante Ministro Serna.

En una animada charla de café presencial, esas en que contactas visualmente con tu interlocutor [dicho sea de paso, en los días que corren, los únicos lugares donde han logrado “domesticar” al coronavirus, son los restaurantes y afines. Mientras advierten ingesta en las personas, se toman un descanso alerta. Basta que un comensal ose levantarse en pos de los servicios higiénicos sin mascarilla, para que se le abalancen… en fin] alguien preguntó ¿qué opinan del nuevo ministro de educación? El último apostilló: “No tengo elementos para calificarlo a priori. Sé que es un profesional con muchos años de trabajo en el sector educativo. Además, ¿Qué diferencia marcaría un defensa en un equipo de futbol compuesto por 10 arqueros? En verdad, casi nada. El ministro integra un ejecutivo que gobierna con o sin norte, en el orden o en el caos; sea como fuere, no puede ir por libre. Por tanto, pedirle que alinee la política y las estrategias educativas con lo que efectivamente requiere la realidad de las escuelas, es asumir que el señor Serna de plano no “simpatiza” con la línea ideológica de Perú Libre”. En efecto, cuando se pueda desentrañar lo que el presidente piensa para la educación en el Perú, se podrá saber su destino, mientras tanto, es el sentido común y las reservas morales las que presionan para, por lo menos, atender lo urgente: el retorno a clases.

Independientemente de quien sea el ministro, lo que está en juego es que las escuelas – todas ellas – sucumban ante la llamada “pedagogía progresista”. Cuando se afirma con acento la obsolescencia de las clases magistrales y que el alumno debe ser quien dirija su aprendizaje, se debilita y, al extremo se niega, la autoridad del maestro, se desconfía de su saber. Por tanto, las nuevas generaciones no requieren de guías, la autarquía sola la limita el bienestar que lo otorga el estado. De igual modo, cuando se alude al aprendizaje natural, que se activa por el espontáneo interés del alumno cuando entra en contacto con la informalidad propia de su mundo cotidiano. La educación debe ser divertida, la escuela es rígida, abandonemos sus paredes. Finalmente, para qué tomar exámenes, para qué la competitividad, la meritocracia son medios que segregan. ¿Qué es la cultura y las humanidades, sino rezagos de la dominación de unos a los otros?

Tras la acción docente o de la relación enseñanza-aprendizaje se tejen – desde las altas esferas gubernamentales – teorías filosóficas que buscan su extensión hegemónica sin importar que las personas son libres y dignas. Un país que se precie democrático defiende y preserva la libertad de pensamiento. Si tan solo, el ministro Serna respeta el curso del sentido común, con seguridad habrá hecho una buena labor.


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