Cuenta Jorge Bucay que el Maestro Sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma….
- Maestro –lo encaró uno de ellos una tarde- tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…
- Pido perdón por eso.- Se disculpó el maestro- Permíteme que en señal de reparación te convide un rico durazno.
- Gracias maestro, respondió halagado el discípulo.
- Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?
- Si, muchas gracias, dijo el discípulo.
- ¿Te gustaría – ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?….
- Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro.
- No es un abuso sí yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte…
- Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…
- No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó sorprendido el discípulo.
- El maestro hizo una pausa y dijo:Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada.
La moraleja que propone en su cuento Jorge Bucay va a contrapelo de la tendencia en auge de educar para la complacencia. Este estilo presume al alumno como ‘cliente’ a quien hay que darle la razón para contentarlo. Sin embargo, siendo precisos diremos que la manida frase: el cliente tiene la razón no aplica a la educación porque ésta no es una transacción – mediante la cual puntualmente se intercambia dinero por bienes – sino que es una relación. En efecto, en la acción educativa se advierte una relación entre dos sujetos (profesor y alumno) y un fundamento que la causa (el educar). A su vez, entre ambos sujetos o extremos no existe una única relación. La relación del docente hacia el alumno se especifica en la enseñanza; la relación del alumno hacia el docente se especifica en su condición de aprendiz. Siendo ambos parte de una misma relación, el acto de enseñar es distinto al de aprender y viceversa, es preciso – para que la relación persista- que el profesor se involucre en mantener activo el fundamento que la causa, es decir, el educar. La actividad del docente no se agota con la exposición didáctica de un tema aunque sea capaz de activar los hábitos intelectuales orientados al aprendizaje. Es importante pero no es suficiente. Con el arte de la docencia se tiene que remover o mitigar aquellas limitaciones que impiden el aprendizaje personal, por ejemplo: el desgano, la flojera, la falta de comprensión, las distracciones, emociones no controladas, las disrupciones en clase…. Ciertamente, su remoción requiere de tiempo, de paciencia, de motivar, de conocer y tratar al alumno… y de autoridad para intentar su interés y compromiso para aprender.
La complacencia, tiene el efecto de extinguir la relación maestro-alumno porque menoscaba el fundamento que la causa. Además, presenta tres peculiaridades que vale la pena mencionar:
- El educando que no aprovecha los periodos sensitivos propios de su edad para aprender, las probabilidades que ese vacío le pase factura en el futuro son altas.
- El docente, por su parte, para complacer tenderá a extremar la simplificación de la materia a dictar con el fin de uniformizar ‘el pasarla bien’ en sus alumnos; de manera que, ese fin perseguido terminará por ablandar su calidad profesional: no estudia para preparar las clases sino que traza estrategias para contentar a sus discípulos.
- Se desaprovecha el gran aporte que los padres pueden brindar en la educación de sus hijos pues tienen la certeza que en la escuela todo marcha viento en popa. No me refiero a que un alumno tenga dificultades para aprender simplemente acotó que los hábitos intelectuales y volitivos se adquieren mediante la repetición de actos. ¡Vaya modo de congraciarse con los padres impidiendo que no ejerzan su deber-derecho de educar a sus hijos!
Cifrar la educación en dar al alumno lo que quiere o le provoca se convierte en una suerte de círculo vicioso: el engreimiento – síntoma no menor del egocentrismo- al no tener límites en sus demandas obliga a un continuo refinamiento en los modos de satisfacerlas. De no ‘romperse’ ese círculo, la tendencia resultante será formar ciudadanos miopes: aptos solo para mirar sus derechos y preferencias con escasas habilidades para la convivencia y la solidaridad.
En el sistema educativo, la complacencia tiene que ser resultado de los logros alcanzados o por alcanzarse, supuesto el esfuerzo, el tesón, la renuncia, el estudio, el orden, etc.… desplegados previamente. Es verdad que las capacidades no están distribuidas de modo uniforme, hay quienes que cuentan con más facilidad para comprender, sin embargo, atender en clase representa abstenerse de platicar con el compañero; de igual modo, hacer una tarea o estudiar supone ‘liberar’ un tiempo, dejando de realizar actividades más placenteras, para destinarlo al referido quehacer.
Percibir al alumno como ‘cliente’ finalmente, significa una inversión en la jerarquía de los valores, que gradualmente va calando en la formación del educando. Sin duda, el aprender y formarse es claramente un valor superior al de hacer lo que ‘me provoca o me gusta’. El primero queda incorporado como patrimonio en el alumno para disponerlo en otro momento, por ejemplo, para aprender asuntos más complicados y densos; el segundo, en cambio, se agota en sí mismo, termina al gozarlo y tiende a ‘oxidar’ las capacidades que ante una situación que las exige no acuden con la prontitud esperada.
Concuerdo plenamente. Educar no es complacer pero, me atrevo a conjugarlo de la siguiente manera: Educar no complace caprichos, aquellos que no tienen fundamento razonable o se alejan de lo ético o normativo y son imprevistos y efímeros. ¿Qué sucedería si en el autodescubrimiento del alumno desea intensamente, fuera de contexto, pero interesante “algo” que según la evidencia y experiencia del profesor lo ayudaría a desarrollar virtudes o habilidades cognitivas? ¿Lo complacemos? Termino diciendo que, educar es complacer solo un interés magnánimo y genuino.
Gracias, la reflexión fue exhausta.
Decididamente claro!
Una reflexión oportuna en un contexto que muchas veces nos gana y olvidamos educar con firmeza pero con cariño, u olvidamos que educamos al otro no para hacer de nuestra labor de docencia un cumplimiento sino un compromiso un formar y calar en el ser humano! Aun costando-nos en incontable oportunidades!.
Gracias.
Gracias por tu atinado comentario Patricia
Edistio
Deje un comentario, sin embargo no lo visualizo! Patricia Camere