El dominio de la emociones

Por Edistio Cámere

¿Qué tramo de la educación descuidamos los padres y los maestros para que no haya un adecuado control de las emociones? ¿Enseñamos a valorar el orden y la jerarquía de los bienes a alcanzar? ¿Apuntamos hacia una formación del carácter con criterios centrados y reconocimiento de los límites? Pues la escuela y la familia comparten roles estelares en la gran tarea de encauzar la afectividad de los niños y jóvenes.

Días atrás tuve la oportunidad de presenciar un partido de fútbol que definía el primer puesto de un campeonato interescolar, categoría 13 años. Los jugadores apuraron una justa emocionante e intensa; ambos equipos destacaron por su  pundonor y empeño por alzarse con la victoria. Pero aquella, como se entiende, complace solamente a uno de los contrincantes. Tras el silbato del árbitro dando por finalizado el partido, llamó poderosamente mi atención el marcado contraste en las expresiones de los niños, era como la noche y el día.

En los perdedores –que habían conseguido, en todo caso, un honroso segundo puesto entre 12 equipos-, la tristeza se apoderó de sus rostros, las lágrimas corrían sin rubor por sus mejillas, las miradas clavadas en el piso contenían rabia y frustración. Los papás se desvivían en consolarlos sin éxito aparente, pues sus hijos ensimismados rumiaban el sabor agrio de la derrota. Los vencedores, por su parte, expresaban radiantes su triunfo sin límites ni formas. Los gritos, los abrazos y los saltos entrelazados direccionaban la imaginación hacia un escenario irreal, como si se tratara de la final de un mundial. Sin embargo, estábamos ante un sencillo -supuestamente formativo- y amateur campeonato interescolar de menores.

    Creo importante responder unas interrogantes ¿Por qué la desbocada reacción de esos niños? ¿Esto sucede solo cuando pierden o ganan en el fútbol? ¿Qué tramo de la educación descuidamos los padres y los maestros para que no haya un adecuado control de las emociones? ¿Enseñamos a valorar el orden y la jerarquía de los bienes a alcanzar? ¿Apuntamos hacia una formación del carácter con criterios centrados y reconocimiento de los límites? Pues la escuela y la familia comparten roles estelares en la gran tarea de encauzar la afectividad de los niños y jóvenes.

    ¿Qué debe procurar evitar la escuela?: La blandura en la didáctica, que no es otra cosa que desterrar la idea de que en la enseñanza debe primar el puro entretenimiento, que el niño ‘la pase bien’ en el aula. Objetivo que se consigue -no sin el desgaste del docente- con imágenes multicolores, con contenidos que demanden un trabajo intelectual exiguo, consintiendo disrupciones para evitar las ‘malas caras’ y poniendo al voto las actividades a realizarse, aun cuando estas reduzcan el tiempo previsto del dictado de clases. En otras palabras, importando la práctica habitual en el ámbito comercial: “Al cliente hay que complacerlo dándole siempre la razón”.

    El sentido común nos advierte que la actividad intelectual, acondicionada a la edad del alumno, es atractivamente exigente, requiere de unas condiciones mínimas para su ejercicio y de una didáctica que lo estimule.  Aprender demanda esfuerzo, estudio y trabajo constante y tesonero. Pero si al alumno se le hace creer que  puede aprender sorteando esos hábitos, la  frustración o la ira se incubarán en él ante un desaprobado. El volver a la pedagogía del esfuerzo debe ser una victoria que las escuelas le arrebaten a quienes pretenden medrar con la formación de meros consumidores.

    Por su parte ¿qué deben evitar los padres?: Ser permisivos con sus hijos. Tener en claro que el hijo no es quien gobierna en la casa. Cuando mucho se le consiente, el hijo asume que solo tiene derechos y no deberes. Si no se le pone límites y los padres intentan resolver por él sus tareas y obligaciones, ¿cómo se le puede formar en la responsabilidad y en honrar sus compromisos? Si no se le enseña que el esfuerzo es necesario para conseguir las metas, se le dejará librado a su suerte cuando fracase. Cuando se es permisivo, el hijo no podrá distinguir entre lo bueno y lo malo; para aquel todo tendrá el mismo valor. Si todo vale igual, qué difícil se le hará a un niño el poder elegir; y cuando esto ocurre, de algún modo los padres son causantes de su inseguridad personal presente y futura.

    Finalmente, tanto la blandura didáctica como el permisivismo en el hogar no promueven el dominio de sí mismo, ni el adecuado ejercicio de la libertad, más bien son proclives a estimular el desborde emocional del niño… sea que gane o pierda su equipo en un encuentro deportivo.


3 respuestas a “El dominio de la emociones

  1. la exigencia hace que el alumno forme su carácter y maneje mejor sus emociones, por el contrario, el permisivismo hace que se forje en la persona el capricho, el poco autocontrol y la impulsividad, pero lo opuesto que es el autoritarismo, formarian personas pasivas y sumisas o por el contrario, rebeldes. Por ello, debe haber un equilibrio para que podamos formar un buen caracter en ellos y educarlos en la fortaleza y control de sus emociones… algo que a mi me dio muy buen resultado con mi hija de nueve anos es el de planear paseos o desayunos en restaurantes con los cuales ella se ilusionaba y que por alguna razón no se daban (varios de ellos los planee yo para que no se lleguen a dar). el primer par de veces lloro y se puso muy triste, frustrada y hasta con colera, pero cuando se calmaba, yo le explicaba que no siempre salen las cosas como uno las planea en la vida, y la hice reflexionar en todas las ocasiones… ahora siempre que pasa comprende y controla sus emociones. se mantiene serena y busca alternativas, pero no por ello menos perseverante ya que continua con su idea de ir al mismo lugar en los dias siguientes jaja… hay diferentes tipos de temperamentos en cada hijo y mas difícil en uno que en otro educar el caracter y el control de las emociones. pero a eso se le llama inteligencia emocional y deberia empezar a formarse en la escuela y en casa.

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