El conflicto generacional, más allá de una simple diferencia de edades

Por Edistio Cámere

Pregúntele a cualquiera de sus amigos: ¿Qué función cumple el páncreas? O  ¿Dónde se ubica el bazo en el cuerpo humano? O tal vez, ¿Dónde queda Etiopía? Y le contestará sin el menor bochorno que no lo sabe. Pero pregúntele cómo gobernar su país o qué hacer con la familia o los ancianos, y le dará una lección de política nacional o de ética. Esta actitud suele ser muy corriente cuando se trata de temas vinculados con la vida misma, con el amor, con la amistad, con el deber, con el compromiso, con el futuro profesional… y con un largo etcétera.   La razón es muy simple: queremos, quizá con buena intención, comprender y resolver la vida de los demás con arreglo a nuestra propia experiencia. Pero el profesor Leonardo Polo advierte que gran parte de lo imprevisible de la vida se cifra en que la experiencia de cada uno no es transmisible a los demás”. 

Dicha afirmación clarifica, y en cierto sentido explica, la dinámica del denominado ‘conflicto generacional’, cuya máxima expresión ocurre en la adolescencia. Y cada uno pasa por ella por primera vez.  Los recursos con los que el niño ha manejado su vida hasta el momento no sirven. La adolescencia no es una novedad desde el punto de vista de la especie humana, pero es muy difícil comunicar a un niño -que comienza la adolescencia- la experiencia de los que fueron adolescentes. Esto explica el ‘precio’ que se paga para poder ser adultos. Una persona puede relatar o contar su experiencia, pero siempre estará condicionada a sus circunstancias, a su interpretación e incluso al modo de narrarla. Ahora bien, transferirla a tal punto que otra persona al repetirla vivencie y aprenda lo mismo, es imposible. Lo imprevisible radica en que las personas son diferentes e irrepetibles. Las aventuras, los caminos a recorrer son singulares y por ello personales.

El descubrimiento de la intimidad

Luego de unos  años de solaz, gran calma y equilibrio consigo mismo y con los demás, el niño ingresa sin partiturapensando alguna a un nuevo periodo en su vida que bien puede semejarse a una montaña rusa: velocidad e intensidad en los cambios, luego estaciones calmas donde parece que el acomodo llega, pero a reglón seguido se precipita dando paso al vértigo y al temor, finalmente aparecen tramos cuesta arriba cuya sensación de tedio y lentitud le invaden doblegándole en sus ilusiones y propósitos. Todo un círculo vicioso que se repite acortando distancias, evidenciando su desconcierto, su soledad y su sufrimiento.

La adolescencia es fugaz pero intensa en sus manifestaciones y demandas. Los ojos del adulto observan con preocupación y desgarro las marchas y contramarchas que febrilmente acomete el adolescente. Desde su perspectiva la solución está al alcance de la mano. Con afecto y sabiduría interviene. En respuesta recibe una mala cara, o unas palabras cortantes e hirientes o simplemente un silencio inefable acompañado de una mirada indiferente. ¿Cómo es posible que no atienda razones? Lo que sucede es que  el ojo del adulto ve una gota de agua como una unidad brillante y cristalina; en cambio, el ojo del adolescente es capaz de penetrar en su composición advirtiendo con encandilado asombro la vida que bulle en una gota de agua descubriendo un mundo nuevo, oculto, donde la mirada del adulto sólo alcanza la forma visible. 

Donde el adulto ve peligro, el adolescente ve reto y aventura. Cuando el adulto mira al pasado con nostalgia, el adolescente se  remonta con audacia al futuro. Donde el adulto ve enfermedad, agobio y tristeza, el adolescente ve enfermos, personas tristes y agobiadas. El adolescente no pocas veces alumbra opiniones y percepciones que parecen encontradas y hasta absurdas a quien sólo ve lo externo y lo patente. Es en la paradoja de las experiencias personales donde radica  y se inicia el conflicto generacional.

En la adolescencia no sólo operan cambios cuantitativos, ocurre un crecimiento cualitativo importante. Ese crecimiento está vinculado fundamentalmente con el nacimiento de la intimidad. Comienza a descubrir que las situaciones, hechos y circunstancias tienen una particular resonancia en su mundo interior.  El propio ‘yo’ se va dibujando con trazos firmes y sólidos que lo hace más consciente y reflexivo.  Descubrir el propio ‘yo’ es una suerte de revolución copernicana en la vida del adolescente. Su conducta, hasta entonces orientada como reacción frente a los estímulos exteriores, cambia al extremo que aquella aparece como producto de la transformación de los estímulos externos que realiza y se opera en su ‘yo’. 

De la periferia al centro para consolidarse luego del centro hacia la periferia, tal será la ruta que emplee el adolescente para actuar, pensar y sentir.  El yo nos permite hacernos cargo de nuestra individualidad, de ser uno mismo, diferente al otro, ser persona en una palabra, y como tal se tiene que conquistar las metas ligadas a la propia singularidad.  Con la adolescencia se inicia el gran proceso de asumirse no solo como un distinto de otro sino sobre todo como persona propia y libre. El joven descubre novedades en las cosas que le circundan porque él mismo se vivencia como nuevo, original en un contexto que aparentemente peca de repetitivo. 

Con el descubrimiento del yo no solo el mundo infantil se desmorona, produciéndose una ruptura con el pasado y con las ideas de los mayores” sino que  “permite al adolescente conocer por primera vez toda una serie de posibilidades que ignoraba y que originará una tendencia  que, por ser exigencia interior de la vida, es en cierto modo común a todos los seres vivos: la afirmación del yo, la autoafirmación de la personalidad” ( Gerardo Castillo). 

Este mismo autor piensa que la adolescencia es, ante todo, una crisis de originalidad. Estoy de acuerdo.  Primero porque el adolescente se sabe y se siente diferente, y segundo porque ‘original’ significa también ser origen de algo, ser fuente de algo. Entonces, si juntamos ambos ingredientes el resultado es el tenaz deseo de afirmarse, de auto afirmar su yo, que no es otra cosa que la firme tendencia de querer valerse por sí mismo. Su afán no es otro que experimentar la autoría de su propia vida.   

El papel de los adultos

Según Gerardo Castillo, “hay toda una serie de rasgos en el comportamiento del adolescente que no son otra cosa que una expresión hacia fuera de la afirmación interior: la obstinación, el espíritu de independencia total, el afán de contradicción, el deseo de ser admirado, la búsqueda de la emancipación del hogar, la rebeldía ante las normas establecidas.  La tendencia a la autoafirmación, que en sí es algo normal y necesaria para el desarrollo de la personalidad naciente, crece desmedidamente y se radicaliza ante actitudes negativas de los mayores: rigidez, incomprensión, autoridad arbitraria (…)”. 

padre e hijoSin embargo, cabe mencionar que la preocupación de los mayores por evitar que los jóvenes sufran en vano o lo que ellos han sufrido, obedece a una cualidad de todos los padres, que Erickson denomina generatividad. Incluso muchas veces ella explica las actitudes negativas descritas líneas antes.  Su origen es plausible y legítimo, pero la generatividad debe encauzarse por senderos de respeto y comprensión. ¿Qué se tiene que hacer entonces? Parece que quedara poco margen de actuación a los mayores. Pero una cosa es cierta, las experiencias de terceros son referentes, son como hitos en el camino que señalan modos, maneras, estilos de encarar una determinada situación. Nunca son transferibles. Pero “la conducta de los adultos, sobre todo de los padres, es objeto de observación continuada de parte de los hijos que va creando en ellos una imagen que de algún modo es modelo de comportamiento”  (García Hoz).

Miradas las cosas desde la perspectiva de los adolescentes, la conducta de los padres señala, fija el norte, es el espejo donde ellos se miran, es el referente principal  que encarna, que vive los principios y valores que preconizan.  Para los hijos nada que hagan o dejen de hacer sus padres con ellos es trivial o banal, es central en y para sus vidas. El ejemplo es indispensable.  De lo contrario, ¿cómo un niño o un joven, que se estrena en la vida, puede realizar aquella indicación abstracta que recibe de un adulto, si no cuenta con referencias, puntos de comparación o puertas de entrada? Sin el ejemplo, ¿no se condena al niño o al joven a que aprenda sobre la base de tanteos imitando a quien primero se le cruce por su camino?

Parafraseando a García Morante, se puede afirmar que la ejemplaridad constituye un elemento esencial en la actividad de los padres. En otras actividades -en el comercio, la industria, etc.- no hay ejemplaridad, sino pura y simple eficiencia. En cambio, en la tarea de los padres la eficiencia misma viene condicionada por la ejemplaridad, porque la acción del padre o de la madre no se cumpliría correctamente si el hijo o la hija descubriera en ellos los mismos vicios o defectos contra los cuales los padres predican.   

Paulo Coelho, en su libro ‘El Alquimista’, le hace decir al Rey de Salem a un joven pastor de ovejas: Toma –dijo el viejo sacando una piedra blanca  y una piedra negra que llevaba prendidas en el centro de su pectoral de oro-. Se llaman Urim y Tumin.  La negra quiere decir “si” y la blanca quiere decir  “no”.  Cuando  tengas dificultad para percibir las señales, te serán de utilidad. Hazles siempre una pregunta objetiva, pero en general procura tu tomar las decisiones”. A pesar de las bondades especiales de aquellas piedras, el joven debía asumir la propia conducción de su vida, pero acompañado con el ejemplo coherente de los adultos. 


4 respuestas a “El conflicto generacional, más allá de una simple diferencia de edades

  1. Los padres y educadores debemos entender que la pubertad y la adolescencia son etapas muy complejas, de permanente cambio e inestabilidad emocional. Es por eso, que conocer de cerca a cada adolescente es primordial. Indagar en sus miedos, inquietudes, problemáticas, necesidades, etc.
    Y como eje motivador central, generar proyectos y puestas en marchas concretas y comprometidas con la escuela y el desarrollo de los futuros adultos de un país.
    menospreciar y subestimar una etapa tan conflictiva de la vida como lo es la adolescencia en un joven no es educarlo bien, por el contrario, nos traera muchas dificultades en la relacion con ellos.

  2. Soy un joven de 17 años, y documentandome para hacer un ejercicio de valoración para el colegio, me he topado con este artículo. Me parece bastante lógico y razonable lo aqui expuesto, pero me gustaría poder matizar algo:

    El método de educación de mis padres ha sido dejarme descubrur el mundo solo, ayudándome ellos en las malas, y dejándome disfrutar en las buenas. No se han «entrometido» en mi vida privada si yo no quería o iniciaba el tema de conversación. Con esto quiero decir, que no indagaban en mi privacidad, y me dejaban «ir por libre» y descubrirlo todo solo, sabiendo que estarían detras de mi, si me surgiese algún improvisto. Todo esto lógicamente bajo una cuadro de reglas muy abiertas, pero que difícilmente podía pasar.

    Creo que los padres deberían dejar que los jovenes nos equivoquemos y nos «caigamos de bruces» para despues enseñarnos a levantarnos. No hay que evitar que nos equivoquemos, sino enseñarnos que una recuperación es posible e indicárnosla.

    Opino de esta manera porque tampoco me parece que haya sido educado de mala manera.

    1. Felipe
      Gracias por el comentario. Me alegra que tus padres hayan confiado en tí pero sin dejarte de respaldar, animar y querer. Agradeceles mucho por la forma como te han educado. Asimismo, te animo que con tu ejemplo contagies a tus amigos y ellos a sus padres.
      Cordialmente
      Edistio Cámere

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