La amistad: un valor que se refuerza en la escuela

Por Edistio Cámere

La promoción de la amistad es, sin duda, preocupación y ocupación de la escuela. Convencido de su trascendencia, expongo algunas reflexiones al respecto. Mi intención tan es sólo suscitar una especie de conflicto cognitivo presentando cuatro aspectos de la amistad a fin de que se refuerce y oriente las relaciones interpersonales, que en un colegio son abundantes e intensas.

1. –  Ayudar a crecer

No deja de ser atractivo y desafiante este subtítulo. Atractivo, porque el crecimiento del ‘otro’ es -sin lugar a dudas- tarea obsequiosa del amigo; y,  desafiante, porque es en la cotidianeidad de la vida escolar donde se comienza y se pone en práctica. 

Las posibilidades de clarificar y explicar a los alumnos el compromiso con el amigo son tantas como profesores trabajan en un colegio. A mí se me ocurre abordarla desde el punto de vista de la magnanimidad de la meta (Llano, C. 2000). Esta se refiere puntualmente al hecho que los alumnos están en el colegio para ‘aprender a hacer’, ‘aprender a saber’ y ‘aprender a ser’;  pero no en abstracto o por arte de birbiloque, sino precisamente a través de la participación y realización de actividades propuestas por los docentes.

Aprender a hacer, a saber y a ser durante el largo proceso escolar es a todas luces un objetivo magnánimo; no solamente por lo que implican desde el punto de vista de la antropología educativa sino porque son adquisiciones que se hacen ‘cuerpo’ en el alumno y, en razón de ello, los frutos se van cosechando proporcionalmente a la intencionalidad y al esfuerzo, durante toda la vida. 

Sin embargo, tan grande objetivo no se puede lograr solo por el empeño individual, es necesaria la contribución de los compañeros, fundamentalmente en el ‘modo’ como concurren y realizan las actividades conjuntas. El mismo bien a conseguir los asocia e implica radicalmente y es ese mismo bien el que hace del colegio una comunidad.

Cuando un alumno realiza las actividades propuestas, con el talante esperado y solicitado, busca y quiere su bien y precisamente por ello, sin siquiera mediar expresa intención, permite que sus compañeros se apliquen también en buscar y querer su bien. Querer para el otro su propio bien es un paso de mayor envergadura que exige una valoración intrínseca del condiscípulo y se traduce no solamente en renunciar a ‘portarse mal en clase’, sino en capacitarlo para que esté en mejores condiciones de aprovechar ese bien. Capacitar puede sonar a mera presunción tratándose de pares; sin embargo, es interesante notar que el ejemplo invita a otros a asociarse al bien que se muestra y la comunicación de talentos es el ‘punto de apoyo’ para mover hacia arriba a los amigos.

El ejemplo y la comunicación de talentos operan proporcionalmente a las diferencias individuales, que orientadas hacia un mismo bien: hacer, saber y ser, se convierten en una fuerza de crecimiento. La magnanimidad de la meta le otorga un sentido especial a la coexistencia en la escuela y es el punto de partida, o mejor, la mitad del camino, para llegar a la amistad. Cuando un alumno cumple con su responsabilidad escolar revela que quiere el bien del otro y lo ayuda a su crecimiento. No portarse bien no es solo un asunto de infringir una regla, es obstaculizar que el compañero vaya por su bien. 

2. – Saber escuchar

El saber escuchar es condición para subrayar el cultivo de la amistad, y al mismo tiempo predica que con el compañerismo se la experimenta en dimensiones distintas. Precisamente desde la vertiente de la escucha, se tiene que cotejar y revisar si el aprecio por la amistad y las actividades concomitantes que se promueven no terminan exclusivamente “en pasar un buen rato en compañía”.  

Ciertamente, el hacer cosas juntos, el pasarla bien, el coincidir en intereses similares, el afecto y la simpatía… son prolegómenos de toda amistad. Por tanto, llegar al corazón o núcleo de la misma es solo posible a través del intercambio de subjetividades, de intimidades. Lo íntimo, lo propio -los pensamientos, los sentimientos, las creencias, las opiniones, los  gustos…- solo se expresa porque se quiere y a quien se quiere, siempre y cuando ese ‘quien’ los valore y aprecie.

Escuchar no es solo oír y asentir; es atender, mirar, comprender… y para hacerlo hay que saber recibir a la otra persona desde su intimidad. Si “se pasa de largo” ante cualquier encuentro interpersonal, las oportunidades de descubrir amigos se reducen. Para la amistad la prisa, el ruido, el orgullo y la brusquedad son enemigos de los que conviene ponerse a buen recaudo.

Escuchar no es tarea fácil. Hablar de lo propio halaga y no pocas veces se pretende desmedidamente. Poner freno al ‘yo’ para que no irrumpa y opaque es el inicio de la amistad; pero solicita reciprocidad, de modo que en el intercambio cada cual se enriquezca y crezca, hecho que redunda en la calidad y solidez de la amistad. Cuando se busca genuinamente un ‘tú’, las etiquetas, la función o el rol se desvanecen para dar paso al nombre propio que tras de sí porta características y una historia única e irrepetible. 

Con los compañeros se coincide en un espacio y en unas actividades. Con la amistad, además, se crece juntos ayudados por la palabra y el ejemplo mutuo. El compañero comparte la efervescencia, la euforia y la diversión. El amigo también se hace cargo del dolor, de la preocupación, de las alegrías, de la corrección y del estar juntos en los buenos y no tan buenos momentos. La escucha al amigo es como esa mirada de la madre que capta con precisión y profundidad cuando algún problema le aqueja a su hijo.

3. –  Hacer las paces 

Hacer las paces nos centra de plano en la dinámica de la convivencia. Por un lado está el propio carácter que suele reaccionar impropiamente ante situaciones o conductas que ‘no nos parecen’. De otra parte, tenemos las diferencias individuales con quienes se comparte el diario vivir, sea en el colegio, en la casa o en el barrio. En dichas diferencias se encuentra como riqueza la variedad de talentos y cualidades que complementan la existencia, pero también se advierte modos de ser, opiniones y gustos que por distintos suelen ‘chocar’ con los propios.

Anhelar la igualdad absoluta en el pensar, en el sentir y en el actuar entre todos los hombres es desconocer la naturaleza humana. Por eso la convivencia implica empeño y aprendizaje. Así como puede molestar la opinión de un compañero, ¿qué tiene de especial uno mismo para que su opinión sea aceptada por todos? En verdad, no hay alguna razón objetiva que aliente este modo de pensar. 

Las fricciones y los cambios de pareceres son recurrentes en la convivencia.  “Chocas con el carácter de aquel o del otro… Necesariamente ha ser así: no eres moneda de cinco duros que a todos gusta. Además, sin esos choques que se producen al tratar al prójimo, ¿cómo irás perdiendo las puntas, arista o salientes -imperfecciones, defectos- de tu genio para adquirir la forma reglada, bruñida y reciamente suave de la caridad, de la perfección?  Si tu carácter y los caracteres de quienes contigo conviven fueran dulzones y tiernos como merengues no te perfeccionarías” -la cursiva es mía- (Camino N° 20).

Cuando se frotan entre sí dos piedras, el resultado no es el esquivarse o rechazarse, más bien, llamas de fuego cuya utilidad es invalorable. Toda fricción entre dos cuerpos produce calor y chispas luminosas. Algo bueno que sin ese contacto no aparecería.

Hacer las paces es el bálsamo que guarda el calor y aviva las cenizas. Dependiendo del carácter, las reacciones pueden ser inmediatas y fuertes, cuyas consecuencias no se controlan; o las reacciones pueden ser menos primarias, más ‘pensadas’, por eso afectan y duelen más. Sea como fuere, el reconocer y pedir disculpas por la descontrolada conducta es señal de hidalguía, de lealtad, de respeto y de sencillez.  El pasar por el trance de reconocer el error, sin duda, ayuda mucho para alcanzar la serenidad. Entonces, frente a un mismo hecho que ofende se dirá las cosas en otro tono, sin ira y con el raciocinio se ganará fuerza y sobre todo no se ofenderá a los compañeros, a los amigos, ni a los hermanos ni a los padres… y menos a Dios.

4. – Ambiente de alegría y de paz

Las relaciones personales no se caracterizan por ser neutras, más bien generan agrado-desagrado, inclinación-rechazo, afección-repulsa. Entre estos dos polos extremos se sitúa toda una gama de vivencias que constituyen los elementos principales del mundo emocional. El hombre se complementa en la medida que se relaciona con los demás, y dicha relación que se establece en el marco de la convivencia presenta obligaciones y beneficios; también un dar y un recibir recíprocamente.

El hombre es un ser libre, y como tal puede renunciar a comunicar sus cualidades y bienes. Por tanto, el comunicar buscando el bien de los demás no es un movimiento natural, exige de un intencional querer hacerlo que no pocas veces se hace arduo y oneroso porque implica poner entre paréntesis las propias necesidades, intereses y gustos.

Contribuir no equivale a ser el responsable único de hacer un ambiente de alegría y de paz. Contribuir sugiere, más bien, ayudar, auxiliar y aportar. Desde esta perspectiva es mucho lo que se puede realizar para hacer más agradable la vida a los demás en el ambiente en que cada uno se desenvuelve. Desde pequeñas y cotidianas acciones hasta actos heroicos, que por lo general serán los menos.

Un clima de paz se logra evitando conflictos innecesarios, casi siempre causados por ‘chismes’; siendo sencillos ante una reacción inopinada de un compañero; cuando no se está excesivamente pendiente de uno mismo, de modo que no solo se vea aquello que conviene o que satisface; encarando con cariño cuando un amigo se equivoca, en vez de hablar a sus espaldas; evitando poses y actitudes altaneras que ofenden y discriminan sin razón objetiva; y, por último, renunciando a pensar que por razones de notas, habilidades, condiciones sociales… etc. los ‘otros’ no son iguales que ‘uno’: Por tanto, deben reconocer la ‘superioridad’ que alimenta mi ego.

La alegría se consigue si se es capaz de sonreír; si se da las gracias cuando alguien hace un favor; sí se complace con los triunfos de los demás; si se es capaz de deslizar una frase amable a quien se vea triste o preocupado; si se ayuda al compañero, que le cuesta entender un tema; si se pregunta con sincero interés cuando algún compañero o compañera no ha venido a clases; si se procura que el salón se mantenga ordenado y limpio, de manera que todos se sientan a gusto; si se evita intervenciones destempladas y fuera de tono cuando alguien hace algo mal o que no gusta. En resumen, se contribuye a que haya alegría en la clase cuando a todos los compañeros se les conoce por su nombre, se les respeta y se les trata de modo afable y amical.


15 respuestas a “La amistad: un valor que se refuerza en la escuela

  1. interesante articulo como todos los demas, gracias Edistio. pienso que es importante que en el colegio no se permitan las burlas ni las criticas y que ademas, se felicite a los alumnos que mas se preocupan por el bienestar de los demás… cabe resaltar que la familia es un agente educador muy importante en este tema y que la escuela brinda la ayuda pero no puede sustituir a los padres, pues entre los hermanos es que se empieza a inculcar la amistad desde que son muy chiquitos.

    1. Gladys, tus buenos y oportunos comentarios me estimulan a seguir cogiendo la pluma para escribir.
      Muchas gracias nuevamente
      Edistio

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