El uso del tiempo en el quehacer docente

 Por Edistio Cámere

¿Es posible realizar todos los eventos educativos, con eficacia y oportunidad, en el tiempo que los profesores disponen durante una jornada? Tal es la cuestión que puede inquietar al docente cuando advierte lo que esperan de él los alumnos, los padres de familia y el colegio. Ante tamaña responsabilidad y frente a lo limitado y rígido del tiempo, es perfectamente comprensible el desasosiego o la sonrisa irónica que se dibuja en los labios mientras se piensa: “Muy bonito todo lo que me solicitan pero soy profesor y no Superman.”

educar revrealidad

El tiempo en el ámbito escolar es un factor constante y sistemáticamente compartido entre los miembros del cuerpo docente. Por eso, en su aprovechamiento él no participa; es pasivo, se entrega, es tarea ineludible del profesor.    

 El uso eficaz del tiempo no depende exclusivamente del aprendizaje de técnicas, aunque su contribución no puede obviarse. Para que el tiempo tenga un carácter educativo es menester empeñarse en integrar todas las actividades escolares de modo que conformen en nuestro interior una unidad.

Todas las tareas que el docente tiene que realizar en un centro educativo tienen un sentido específico que hay que intentar descubrir o redescubrir.  De este modo, cada una de sus acciones se hace esencialmente educativa, pues a todas se les da la misma atención e importancia. La integración, por tanto, supone valorar y profundizar cada una de las tareas, de tal modo que se las perciba con la misma nitidez y claridad.

El docente que no ha resuelto los aspectos, hasta cierto punto oscuros, poco definidos, desagradables o difíciles, propios de toda actividad profesional, corre el riesgo de que su labor no sea consistente y eficaz, dado que  los vacíos, las dudas, la insatisfacción y las omisiones serán fácilmente percibidas por los alumnos, con los efectos que ello acarrea, para su educación integral.

El hacernos cargo de todos y cada uno de los eventos de nuestro quehacer, integrándolos conscientemente en nuestro interior, nos conducirá a que ‘seamos’ educadores evitando el ‘fungir’ de educadores. Además, la actuación del profesor será educativa en todas y cada una de las actividades que realice y en todas y cada una de las jornadas escolares que esté presente. 

Otra estrategia para conseguir un tiempo educativo de calidad es procurar asociar o hacer una unidad de ‘mi ser’ con ‘mi quehacer’.  Para ello, un buen comienzo es el de remontarse al origen, al motivo o al momento en que se optó por ser docente. En esa oportunidad, a no dudarlo, concurrieron e influyeron muchas variables o expectativas, todas unidas esencialmente a la juventud. En aquella época primó lo que Honorio Delgado precisa con buen criterio: “Los elementos positivos de la profesión”. 

Pero la vida, con sus vicisitudes y dinámicas propias, a la par que muestra nuevos horizontes puede empañar la razón o el motivo de la decisión original. La tarea cotidiana es la de encontrar el nexo entre el quehacer actual y la vocación que le dio origen, de manera que puedan construirse armónicamente canales de trasvase eficaces que permitan un mutuo enriquecimiento.  

La naturaleza misma de la actividad educativa obliga, como procedimiento habitual, a reflexionar en torno al por qué de la elección. Esta es la única manera de no perder el norte, ni menos esconderse en lo meramente formal. ¿Por qué?  Porque en última instancia el profesor transmite convicciones a través de su obrar. Como el obrar sigue al pensar, este pensar se nutre de la adhesión personal a los grandes objetivos de la educación. ¿Qué tan sólida es mi adhesión a los principios educativos? ¿Qué tanto conozco y qué tanto estoy convencido de esos principios? La  respuesta a estas interrogantes no siempre es la misma ni en intensidad ni en cualidad. 

No pocas veces se pasa por períodos de crisis, y en ocasiones se mantiene en una especie de letargo que golpea desmoralizando y reclama de la intervención de la voluntad en la búsqueda de  argumentos y motivos procedentes de otras áreas. Esto, con la intención de que den un nuevo sentido y mantengan siempre fresca la actividad en la escuela.  

El docente, como el gerente de una empresa, busca con los elementos a mano ‘conducir’ a un estado inmediatamente superior al educando. Conducir es el proceso mediante el cual se muestra en un solo plano el oriente, el surco y el cómo se camina. Estas tareas se hallan concentradas -en el ámbito educativo- en el docente.  Razón por la cual el docente no puede ‘hacer’ de educador, debe ‘ser’ educador. Si no tiene el norte definido o no sabe dónde está, difícilmente podrá conducir. Tampoco conducirá si, definido el oriente, se resiste a caminar en pos de él.

La tarea educativa es un asunto entre personas que reclama de quien debe educar una mejora personal como condición necesaria. El tiempo invertido en este empeño compensará con creces el tiempo del hacer educativo con los alumnos.  Así como se gasta más energías y tiempo en buscar una cosa en una habitación en penumbra, igualmente el  docente que no procura ser mejor requerirá de mayor tiempo para educar, porque se verá obligado a improvisar o a yuxtaponer sin orden las actitudes educativas de las que él no participa. 

Contrariamente, el docente que cultiva su calidad personal tendrá incorporadas, de modo que fluyan con naturalidad, las virtudes o valores que propone a sus alumnos. Así, sin solución de continuidad mientras explica su materia, los alumnos podrán ‘ver y tocar’ el cómo se vive tal o cual gesto, hábito o virtud. En consecuencia, el tiempo ‘sobrante’ se podrá aplicar al diálogo o al establecimiento de las metas personales de cada alumno. 

Es en el marco del mejoramiento personal donde se encuentran las respuestas más efectivas para solucionar el dilema de “las muchas actividades y el poco tiempo”. Las actividades en un plantel, en efecto, aparentemente son muchas, pero de ningún modo son  inconexas, todas están integradas en una sola dirección y casi la mayoría de ellas transcurren, aparecen, se originan en el aula.  Por tanto, en la denominada ‘hora académica’ se concretan las acciones educativas, pues el docente, al procurar ser mejor como persona, las tendrá incorporadas a su propia manera de ser.   Entonces, no habrá división de tiempo. Habrá un único tiempo en el cual se den simultáneamente varios eventos educativos.

Las dimensiones o roles personales del docente deben tender hacia una unidad de vida, que no sólo evitará la dispersión de energías sino que incrementará su autoridad por la coherencia en el obrar y la solidez al pensar. Por eso, en la actividad educativa no cabe división entre la vida laboral y la vida personal.  A la larga o la corta la vida personal influye para bien o para mal en el área del trabajo docente. Los problemas más graves en la educación no proceden de equivocaciones en el dictado de una determinada materia, más bien son sucedáneos de las ideas, de los criterios o de ejemplos que riñen con los principios, normas o valores universales que todo colegio patrocina.

La perfección del ser humano es asequible, aunque muchas veces “uno se muera en el intento”. No es cruel esta afirmación, más bien es señal de que somos criaturas limitadas, por cierto, pero con unas facultades distribuidas diferenciadamente que nos permiten remontarnos hasta alturas insospechadas a condición que queramos esforzarnos cotidianamente.   

El camino está trazado. La gran tarea educativa, que es la conducción y formación de niños y jóvenes, exige del docente que sea primero educador, para lo cual es necesario que nos tomemos en serio la tarea principal que nos compete: ser cada vez mejores como personas. La calidad de las tareas restantes dependerá de ello. No tengamos temor de asumir con libertad e ilusión ese gran reto. 


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