La familia, como institución de derecho natural y civil, es universal y en sus funciones se puede afirmar que no es especializada. Por ejemplo, del Congreso de la República -como institución- se espera que legisle, no se le reclama que construya o gestione un programa de vivienda. En cambio, a la familia se le reclama que eduque, que alimente, que satisfaga las necesidades de seguridad, de amor, que provea lo necesario para que sus integrantes puedan vivir. En ella se satisface el derecho radical de nacer, crecer y morir como persona.
Podemos señalar que la familia constituye una unidad distinta a cada uno de los individuos que la conforman. Pero quienes la fundan -lo esposos- se comprometen con su resultado, el cual no pueden cambiar a su antojo. Y es que la familia es un consorcio basado en la mutua cooperación y compromiso de los cónyuges: se sostiene por la anuencia de los esposos pero se debilita por la renuencia de uno de ellos.
Cuando uno mira su entorno con cierto detenimiento, descubre hechos o situaciones que son producto de las capacidades superiores del hombre: en la tecnología se trasunta su inteligencia; en un cuadro artístico se percibe lo singular de la persona; lo mismo sucede en una relación amical o interpersonal. Pero también se observa situaciones que muestran las limitaciones o deficiencias del hombre. Frente a ello sólo cabe una profunda actitud de respeto ante la persona como tal, que se convierte en asombro cuando se es testigo de sus realizaciones, es complaciente ante su singularidad, o es comprensible y paciente frente a sus límites y defectos.
Este tipo de mirada sustenta y alimenta el optimismo realista, que no es otra cosa que confiar razonablemente en las propias capacidades y en la de los demás. El error, la equivocación, las limitaciones son parte de la condición humana. Por eso cuando un hijo se porta mal no se le separa de la familia, ni se hace público su comportamiento, ni menos se pretende cambiar la norma infringida para justificarlo. Todo lo contrario: se le atiende, se le comprende y se le corrige. De esa manera se mantiene el valor de la norma y se le da una nueva oportunidad.
Hoy en día es recurrente la exposición mediática de no pocas conductas particulares. Esta poca comprensión y respeto que se tiene frente a aquellas -quizá sea el objetivo implícito- propone una visión ‘sublime’ de las instituciones. Entre ellas la familia y el matrimonio, de modo que parezcan ante el ciudadano común como un proyecto de vida prácticamente irrealizable. Se vende una falsa imagen de que el matrimonio y la familia son ajenos a problemas y dificultades. Y lo que es peor, cuando hay un error en su interior no se busca corregir y a quien pasa por un trance difícil no se le socorre. Simplemente se cuestiona la naturaleza de las insitituciones y más en particular a la familia.
El estar en familia es todo lo opuesto a hallarse en el centro de un problema cuya solución es escapar; también es contrario a suponer que la familia es pacífica, cómoda o unida a un mundo de ensueños fantásticos. La familia es como la vida, con claros y oscuros, en continuo movimiento, variada y divergente. La propia vida no es en sí un problema ni una quimera, es un bien a partir del cual se puede ser y hacer. En familia la vida se potencia al complementarse ‘con’ y enriquecerse ‘desde’ el carácter personal de cada uno de sus miembros.
El artículo 4to de la Carta Magna del Estado Peruano enuncia que protege a la familia y a sus integrantes. Proteger, según la Diccionario de la Lengua Española, significa: “Amparar, favorecer, defender”. En la vida cotidiana, a tenor de la calidad de los servicios públicos, cabría preguntarse: ¿quién subsidia a quién? A los enfermos, a los ancianos, a las personas con capacidades distintas… ¿quién los acoge, quién los trata con cariño, quién vela por ellos día a dia como personas? Sin duda, sus propias familias. Lo mismo se puede afirmar con respecto al ahorro para emergencias, para la mejora de la vivienda… todo eso lo hace la propia familia. Sin embargo, es el mismo Estado quien se afana por legislar a favor de conductas particulares. Con ese mismo empeño debería hacerlo a favor de las mayorías, quienes son finalmente los que suplen sus ineficiencias.
Ante todo esto cabe preguntarse ¿Por qué no se promueve o facilita la constitución de asociaciones de familias? ¿Por qué no se analiza que los gastos en salud, educación y alimentación (o uno de los tres) las familias los puedan deducir de su impuesto a la renta? Son algunas ideas que deberían tratarse en la línea de fortalecer la institución familiar, que es donde se forjan las personas y es al fin de cuentas una garantía para que la sociedad aspire a un futuro más sano y promisorio.
Es muy gracioso leer todo esto,espero que el escritor de esto sea muy solidario, supongo que el que escribe esto presume saberlo casi todo, como normalmente lo creen casi todos los que escriben,me imagino es un tipo adinerado con una casa perfecta, familia perfecta, dinero etc y solo porque tiene algo de estudios se la da de intelectual, Cuando la realidad es simplemente independientemente a cada ser humano y cada uno vive y hace de su mundo algo muy particular,en bienestar de el mismo o los suyos.Soy alguien que tiene mucho pero que hace y ayuda en silencio a los que menos tienen y esta cansado de escritores que publican solo xq tienen como pagarlo.Actuar en silencio ,,,,es lo mejor.
Don Lucio. Agradezco el tiempo dedicado en escribir y mandarme su comentario. A propósito si quisiera titular su glosa elegiría: el silencio de los buenos o la maldad de los buenos. Que los buenos no digan nada, que trabajan pero que no aparezcan, para que complicarme la vida ampliando mi radio de acción; así las cosas Don Lucio ¡cuanto terreno se ha perdido! Maldad de los buenos digo porque solo piensa que su modo de hacer las cosas es el mejor y el más certero. Siendo de lejos mejor el trato y la ayuda a cada persona, el publicar tiene el efecto que puede mover y ayudar a personas ubicadas en distintos ámbitos.
Gracias nuevamente por que sus ideas me han dado pie para la reflexión.
Atentamente }
Edistio Cámere
La solidaridad, Lucio, no solo radica en dar algo material de si mismo, precisamente el aportar reflexiones como las que he podido leer en este post es un regalo para todos nosotros. Si tú hicieras lo mismo también merecerías nuestro respeto y agradecimiento, independientemente de si estuviéramos de acuerdo o no con tu análisis.
Si tú crees ser una buena persona has de tener que meditar al final de cada día si lo que haces realmente está ayudando a alguien y que ese ‘pan’ que das no solo sirva para llenar estómagos, sino para que tus beneficiarios crezcan como personas y mañana más tarde no necesiten de tu pan sino que sepan ganárselo por si mismos. ¿O prefieres eternos necesitados, eternos ignorantes que dependan de lo que tu mano quiera darles?
Otra cosa, no creo que el autor escriba para llenarse la boca imaginándose un ‘sabelotodo’. Sucede que existe gente realmente generosa que da de su tiempo para poner en la palestra aspectos que todos nosotros tenemos que observar y mejorar. Y si esa persona puede darnos algo de su experiencia y conocimiento, ¡bienvenido sea!. ¿No es eso ser solidario con los demás, en el caso del autor; y ¿no es lo más inteligente recibir y aceptar o no, en nuestro caso?
Creo que de acuerdo a lo que dices quien se muestra realmente como un soberbio ‘sabelotodo’ resultas ser tú. Espero que reflexiones.