Por Edistio Cámere
“Si no puedes imaginar un mundo mejor, entonces no serás capaz de cambiarlo”. Esta frase fue propuesta, a modo de lema conclusivo, en el último Encuentro Escolar Internacional denominado Cenit* que, desde hace nueve años, organizan los alumnos del Colegio Santa Margarita. Tiene mucha enjundia, nervio y fundamento dicha sentencia; como pasión, compromiso e inteligencia tienen los jóvenes. No es una frase romántica nacida al amparo de una efusión emotiva, menos aún quimérica que tan pronto despierta entusiasmo como desencanto por su desconexión con la realidad. Todo lo contrario, se hace cargo y, desde aquella, invita a conjeturar, a idear, a representarse e imaginar diferentes modos, escenarios y alternativas de ser y estar en la realidad.
No es tarea para los superficiales o frívolos que tan sólo la perciben en función de sus cortos intereses se apagan cuando están satisfechos. Tampoco es una ocupación para quienes ven a los demás como obstáculos en su camino al éxito personal; para estos cualquier cambio positivo les supone más competidores. Menos aún para los cuales la guerra está perdida sin haberla luchado y se encierran en sí mismos rumiando los problemas y trasegando su pesimismo a cualquier iniciativa de mejora.
“Imaginar un mundo mejor” es tarea para fuertes, para capaces de acometer nuevas empresas al tiempo que sean aptos para resistir cuando las dificultades arrecien. Muchos inician el camino pero pocos llegan a la posada; y es que en el trayecto aparecen voces que vociferan “para qué complicarse la vida si el andar es ya un gran esfuerzo”. Es también un cometido para aquellos que, inconformes con el curso de los acontecimientos, no desesperan al tener la convicción de que el motor de los cambios se enciende cuando comienzan por uno mismo, y se ocupan con prisa pero sin pausa en su mejora personal.
Idear un mundo diferente implica descubrir alternativas que miren al servicio de los demás, generar espacios donde la convivencia y el intercambio interpersonal fluyan sin más cortapisas que el respeto mutuo y las buenas formas. Finalmente, es tarea para personas capaces de conformar un ambiente optimista y positivo en el que, sin negar los problemas, se construya, se establezcan puentes de cooperación y se mire el futuro con esperanza.
Primero las ideas, después las acciones. Por tanto, abrirse a la realidad para dejarse penetrar por ella es la clave para re-formarla, re-conducirla y recuperar su belleza innata. Luego tenemos el orden que toda transformación pacífica reclama. Negarla o modificarla al compás de lo que se cree, se opina o se siente abona a favor del arbitrio, de la imposición y de la dominación, enemigos acérrimos de los cambios duraderos, precisamente porque de ellos no ha participan libremente los supuestos beneficiarios.
El lema sugerido en el mencionado Encuentro Cenit, reafirma la confianza en una juventud que a pesar de estar sometida a una serie de influjos externos es capaz de centrar sus capacidades en vislumbrar un mundo diferente y que intensamente participa de lo que la sociedad le ofrece. Sin embargo, sabe que no pertenece a ella, tan sólo transita acopiando sus virtudes y preparándose para aportar nuevos modos y escenarios de convivir en un sociedad por ellos imaginada.
Es cierto que no estamos en el mejor de los mundos posibles, precisamente por ello las posibilidades de mejorarlo son innúmeras. ¡Qué gran reto les espera a las nuevas generaciones! La historia se va tejiendo no necesariamente al compás de las decisiones de los gobiernos sino en las acciones que cada uno va realizando, como círculos concéntricos que se van extendiendo en los ambientes en que uno se despliega cotidianamente. La vitalidad de la sociedad se alimenta de personas -jóvenes y adultos- que no cejan en su empeño de imaginar un mundo mejor para poder cambiarlo.