Edistio Cámere
El sol inicia su repliegue. Una jornada más de trabajo se revestirá de ayer. Un grupo de trabajadores se dispone a guardar sus implementos agrícolas en el recinto ordinariamente destinado a ese fin. A pocos metros, a causa de una accidental maniobra, el tractor detiene imperiosamente su marcha porque una llanta ha caído en una cuneta. El resto de compañeros acude en auxilio pues no queda más alternativa que halarlo con sogas mientras que otro grupo apostado junto a la rueda atollada intentará levantarla. La operación resulta trabajosa, los intentos se suceden. No lejos de ahí unos niños despliegan entusiasmo y habilidad para alzarse con la victoria del gran partido de fútbol de ese día. De pronto, uno de ellos atraviesa el campo a gran velocidad ante el desconcierto de sus compañeros quienes lo siguen con la mirada para dar con la causa de tal comportamiento: su padre estaba entre los que tiraban de la soga. Sin decir palabra, se ubicó delante de él y comenzó a jalar con fuerza, mientras el padre hacia lo propio.
Con respecto al fin buscado, la intervención del niño sabe más a estorbo que a ayuda, por tanto, desde la lógica de su seguridad sería hasta educativo que el padre lo disuada de participar. Sin embargo, el mérito del padre fue darle la oportunidad de compartir e introducirlo en una porción de su experiencia. Ciertamente, corta puede ser la edad pero no necesariamente corta la comprensión de la realidad. Un niño ayuda sin pensar en el resultado, le interesa más estar-junto-a, pero no un puro estar, sino hacer -en este caso- lo que hace su padre. Por la vía de la imitación uno se apropia de determinados modos de conducta observados en una persona que, cuanto más significativa mejores serán tanto la disposición como la motivación para hacerlo; pero en la relación de un hijo con su padre, la imitación no “se limita a una u otra peculiaridad del modelo sino que se extiende a la totalidad de la otra persona” (…) Más aún, “la identificación es la manifestación más precoz de una ligazón afectiva (…) [1]
“En el ámbito familiar no educan tanto las palabras como las acciones compartidas. La educación no se realiza mediante la comunicación objetiva sino mediante la subjetiva o existencial” (Altarejos, F.)[2] Es en el diario con-vivir donde el padre enseña a su hijo con la silenciosa pero eficaz manifestación de su obrar personal. En la familia sus miembros coexisten en simultaneidad de manera que el ser- como se es de cada uno se torna en expresión máxima de la educación. No hay existencias neutras. Cada existencia es una inmejorable posibilidad para el despliegue de otra. En cierto modo, somos corresponsables del crecimiento como persona de quien coexiste con uno, más todavía los padres con sus hijos. Dicha corresponsabilidad vendría a ser – junto con el amor- el motivo para ocuparse con renovada ilusión en el propio desarrollo y formación personal.
Regresando a la escena del padre con el niño que juntos tiraban de la soga, cabe un comentario final. Al compartir acciones con el hijo no solamente se le enseña una conducta determinada, también se le afirma en su existencia, sin palabras se le dice: ¡Qué bueno que estés conmigo en este preciso momento! ¡Cuánto comunica el padre a su hijo a través de su presencia cálida y cercana!
Efectivamente la mayor parte del tiempo, los padres educan con sus acciones más que con sus palabras, los hábitos, costumbres, etc. que los niños poseen (y aquí influyen no solo los padres, sino también los hermanos, un tío, el abuelo, etc.) generalmente los adquieren en la convivencia diaria.
Coincido plenamente con usted. A la educación a través del ejemplo, Francisco Altarejos la llama praxis convivencial.
Gracias por leer el blog y por su comentario.
Cordialmente
Edistio Cámere