Edistio Cámere
El año 2017 conduje una investigación cuya muestra alcanzo a 555 estudiantes del cuarto año de secundaria de diversos colegios particulares de Lima Metropolitana. Entre las muchas preguntas que contenía el cuestionario aplicado, me gustaría reportar el análisis de la siguiente respuesta: ¿Qué crees que piensan los adultos de los jóvenes? En el cuadro puede advertirse las percepciones e interpretaciones que motivan las palabras o conductas de los adultos en sus relaciones con los jóvenes.

Un 46 % de los encuestados sostiene que los adultos tienen una percepción negativa para con ellos. Bajo la categoría de «características negativas» se reportan las siguientes auto-calificaciones de los alumnos: maleducados, malcriados, mentirosos, inmaduros; así como aquellas que dicen: Tienen una relación negativa con la tecnología; les falta proyección a futuro, características negativas fuertes, tienen poca conciencia de la realidad; tienen bajos conocimientos generales; no son competentes para tomar decisiones, entre otras más dispersas.
La alta percepción negativa de la juventud arriba consignada, da noticia de que los adultos – padres y/o profesores – que suelen acompañarlos o estar cerca de ellos tienen una apreciación prejuiciada del comportamiento adolescencial como valor general o universal la que presumiblemente afecte la actitud concreta con un adolescente con nombre propio en sus relaciones interpersonales. Frases pensadas o dichas como: todos son iguales, yo, a tu edad…, otra vez, perdiendo el tiempo, etc. sin duda, hacen un flaco favor a la promoción de un contexto que genere un acercamiento y dialogo intergeneracional.
Recusando toda postura pesimista, sin duda, preocupa o inquieta que más de la mitad de los alumnos crea que los adultos – significativos – tengan una percepción negativa de ellos. La mayor consecuencia de esa sensación es el debilitamiento o ruptura de la confianza. Del lado de los jóvenes, se traduce en el reparo para comunicar sus sinsabores, para solicitar consejo y dejarse ayudar. Del lado de los adultos, en no permitirles crecer en autonomía permitiéndoles tomar las decisiones que les competen de acuerdo con sus circunstancias. Al suponer que son irresponsables, los adultos corren el riesgo de asumir conductas autoritarias o paternalistas que terminan imponiendo o supliéndoles en sus tareas. La educación tiene que promover la subsidiaridad: ayudar hasta que el otro pueda hacer las cosas por su cuenta y estimular la participación en las actividades en que se les involucra o les compete realizar.
¿Qué impacto tendría este tipo de percepción en el nivel de autoestima de los adolescentes? Es difícil medirlo. Sin embargo, creo que lleva a inaugurar una serie reflexión con miras a entender cómo se configura el ambiente más próximo de los adolescentes: el familiar y el escolar. Los estudios del llamado “efecto Pigmalión” han demostrado con meridiana claridad la importancia que tiene para la propia autopercepción, los mensajes que al respecto expresan las personas que son más significativas para uno. El padre, la madre, el profesor se configuran con personas referentes para un adolescente, antes que el grupo de pares. El descubrimiento del yo, la necesidad de autoafirmarse, loa cambios físicos que ocurren, la labilidad emocional, las demandas externas que aparentemente superan los recursos que tiene para enfrentarlas y la incógnita acerca del futuro… son algunas de las duras características específicas de esta etapa adolescente que requieren de la escucha, de la acogida y proximidad de esos adultos significativos. La falta de ese apoyo deja su rastro en el modo como acometerá el adolescente su ingreso a la edad adulto con las implicancias que ello trae consigo.
Por último, cabe destacar que hubo un grupo de encuestados, 17.3 %, que manifestó que son vistos como el futuro. Esta mirada es más lozana y optimista; sin embargo, se detectó, en no pocos casos, la siguiente respuesta somos el futuro y por eso nos obligan a hacer muchas cosas que no queremos. Esta suerte de dualidad da pie para inferir que se mantiene un conflicto latente con respecto a la delimitación de la injerencia de los adultos en su actuación. Me parece que por tres razones: a) los padres, con recta intención, no quieren que sus hijos sufran o no aprovechen las oportunidades que se les ofrece; b) la literatura, los medios y la opinión corriente ha extendido una suerte de estela negativa hacia la adolescencia y, c) precisamente por eso a la juventud se le subvalúa olvidando que dando curso a sus capacidades y confiando en ella, se logra un adecuado y eficiente ingreso a la edad adulta.