La docencia como virtud

Edistio Cámere

A propósito del día del maestro, que en Perú se celebra cada 6 de julio, vale la pena pararse a reflexionar acerca del quehacer docente como virtud, que es la calificación que mejor conviene a su actividad, pues cuando los docentes educan “no está en juego su propio desarrollo ni son los padres de las criaturas” [1]. La educación no recaba -en sentido estricto- para quien se dedica a ella ningún rédito  personal. El docente ya está formado y, en caso que tenga que hacerlo, su empeño obedece más a los beneficios que reportará para sus estudiantes, con quienes, a su vez, no guarda relaciones afectivas fundadas en lazos de sangre o de parentesco.

Las características exigidas al docente y las demandas propias de los alumnos son tales que su cumplimiento no encuentra cabal compensación por la vía salarial. Sin restar en absoluto su importancia, la justificación eficiente y eficaz de su quehacer anida en la calidad de su vocación, que de manera patente se despliega en su actuación cotidiana como docente y se muestra como virtud ante sus alumnos.

La actividad educativa esconde los ribetes de los logros espectaculares, no refulge como primicia mediática y tampoco es tópico de agenda para una sesión de ministros. Lo suyo es el esplendor de la mirada del alumno al descubrir que uniendo letras compone una palabra con sentido; es la algarabía que estalla al sonido de la campana señalando el inicio del recreo; es el mal momento que pasa el docente cuando tiene que reconvenir por alguna conducta inadecuada; es, en suma, el apogeo de lo cotidiano, de las cosas pequeñas que se hacen grandes y perennes a fuerza de que el alumno las haga suyas y aprenda.

Esa firmeza amable, pero exigente, solo se acciona por el heroísmo discreto y diario del docente, quien dejando de lado sus avatares personales no ceja en el empeño de comenzar cada día con renovados bríos. La repetición de actos buenos conforma los hábitos y estos se transforman en virtud, que es una cualidad estable que se incrusta en la naturaleza humana y permite realizar una acción con facilidad, prontitud y agrado.

La niña indispuesta, el niño distraído, la adolescente melancólica, el joven desmotivado, el  profesor cansando, la profesora con el hijo enfermo, el ambiente adverso… son hechos de los que no está exonerada la docencia. No obstante, le confieren un sello radicalmente magnánimo, pues en ella están comprometidas la libertad y la responsabilidad del docente, que lo facultan para trascender llenando de humanidad el acto educativo.

La virtud del profesor se nutre y sostiene de la vocación a la docencia, que es como un faro encendido que centra su haz luminoso a lo sustancial o medular del quehacer educativo, dejando en la penumbra las formas, las incomprensiones, el esfuerzo sostenido y las ingratitudes -el alumno difiere el pago que corresponde al hoy hasta cuando es egresado-, no porque no afecten o se las pretenda evadir, sino porque aquellas no alcanzan a opacar la esencia de la profunda y magnifica tarea de educar.

¡Feliz día, maestro!


[1]De la Vega-Hazas, Julio, “La comunicación entre el colegio y la familia”, Ediciones Internacionales Universitarias, España, 2009, pág. 59.

6 respuestas a “La docencia como virtud

  1. Siempre Dr. Cámere es acertado su comentario y me gustaría agregar simplemente que el ser docente sin lugar a dudas a mi punto de vista tiene que ser una vocación el cual dios nos encomienda a nosotros docentes. Creo firmemente que si realmente uno creen en su profesión docente tienen que ocurrir dos cosas. Una la firmeza de vocación y entrega y el querer ser padre y madre a nuestros discípulos. Muchos de ellos tan olvidados en casa por padres ocupados con tantas cosas, nos miran a nosotros buscando un aliento o alguien que les preste atención. Pero todo esto que Ud. Comenta, es cierto y más aun si lo vemos desde un prisma vocacional donde el Señor, el cual es el docente par excelence, nos invita a enseñar como él lo hace. Y para eso nos toca escuchar la voz del interior y dar entrega de si mismo a otros. Estos adolecentes que se nos son entregados por un breve tiempo en la historia, nos miran a nosotros y piden lo mejor de nosotros. Es solo cuando aquel que nos dio vida nos llama a casa que recibimos nuestro agradecimiento. Antes no, pues no ha surgido el tiempo propicio para que aquellos que nosotros hemos enseñado, entiendan nuestro sacrificio. Que dios lo bendiga a Ud. y a todos los docentes que leen su blog. Luigi

    1. Luigi, muchas gracias por su acertado comentario que sin duda enriquece la reflexión y el intercambio de ideas. Fíjese que la única profesión que perdurará en el tiempo y siempre será actual es y será la del docente.
      Cordialmente
      Edistio

  2. Mañana es día del maestro, y es una oportunidad para reflexionar sobre aquella decisión que hace algún tiempo tomamos y es el responder a un llamado interior que impulsa y que se mantiene siempre.
    Recuerdo que el 1993 me encontraba en quinto año de secundaria y durante toda mi etapa escolar creía que seguiría ingeniería, pues mis padres veían en mí aptitudes para las ciencias, sin embargo había algo en mi interior que no me tenía lleno.
    A mediados de ese mismo año comencé a tener mayor acercamiento a mis maestras y maestros, varios eran nuevos en el colegio y a su vez eran jóvenes, sin buscarlo, les preguntaba aquello que les gustaba de ser maestro. Cada uno fue dando a su estilo, una razón, veía en ellos que a pesar de que habían días buenos o grises, el haber elegido el ser maestro los llenaba, que era parte de ello y que disfrutaban de nuestros aprendizajes, de nuestros logros y de nuestras caídas también.
    Fue así que en Octubre de aquel 1993, tomé la decisión de seguir educación, no me fue difícil tomar aquella decisión, a pesar de haber dado un giro de 180º frente a la ingeniería, más que una decisión creo que fue un encontrar aquello que en verdad esperaba, quizás por eso no me causó sorpresa.
    Gracias a Dios, mis padres me apoyaron en mi decisión y me apoyaron en mis estudios. Ingresé al año siguiente y en 1995 debuté con 17 años como practicante en un verano en el antiguo asentamiento humano de San Genaro en Chorrillos. Esta experiencia fue como la cereza al pastel, sabía que estaba en la elección correcta.
    Creo que un docente si tiene vocación debe levantarse ante un mal día o ante algún fracaso, nuestras decisiones y convicciones serán las que nos muevan a ponernos de pie nuevamente.
    A diferencia del ingeniero, el maestro trabaja con personas y el ingeniero con planos o con máquinas, si la máquina se malogra, se arregla o si la casa está mal hecha se tumba y se reedifica, sin embargo, con las personas uno edifica, acompaña, orienta, corrige, exige, anima y forma.
    Felíz día a todos los amigos docentes

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