Preparar a los hijos para la vida, una tarea irrenunciable

Por Edistio Cámere

Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y de cómo las cosas le  resultaban tan difíciles. No sabía cómo seguir adelante y creía que se daría  por vencida. Estaba cansada de luchar. Su padre, un cocinero, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra puso huevos y en la última granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra alguna a su hija.

La chica esperó impaciente, preguntándose qué estaría haciendo. A los veinte minutos el padre apaga el fuego, saca las zanahorias y las coloca en una taza. Retira los huevos y los coloca en otro plato. Finalmente, filtra el café y lo pone en un tercer recipiente. Mirando a su hija le dice: Querida, ¿qué ves? ¡Zanahorias, huevos y  café! fue la respuesta. Entonces la hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le  pidió que tomara un huevo y que lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Finalmente le pidió que probara el café. Ella sonrío  mientras disfrutaba de su rico sabor y aroma.

Humildemente la hija preguntó: ¿Qué significa esto, padre? Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo,  pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua  fuerte, dura, pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto dócil, fácil de deshacer con la mano. El huevo había llegado al agua de forma frágil, su cáscara fina protegía su líquido contenido, pero después de estar en agua hirviendo su interior se había endurecido. Los granos de café, sin embargo, eran únicos; después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua.

¿Qué eres tú -le preguntó a su hija- cuando la adversidad toca a tu puerta? ¿Cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero ante la adversidad y el dolor se vuelve dócil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable pero que ante los problemas se torna duro y rígido? ¿O eres como un grano de café que cambia al agua hirviente, el elemento que le causa el dolor?

Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Por tanto, debemos ser nosotros como cada grano de este noble regalo de la naturaleza: cuando las cosas se ponen peor es cuando debemos reaccionar de la mejor forma, no permitiendo que esta situación incómoda o difícil nos cambie. Más bien somos nosotros los que la debemos cambiar.

Los jóvenes son hijos de un momento histórico determinado, por tanto, las características y estilos de vida propios de ese momento actual influyen en ellos. A tal punto que su fuerza renovadora para enfrentar los problemas que plantea la vida diaria puede verse debilitada o cercenada. Gerardo Castillo, al respecto, afirma: “El problema no consiste en que los jóvenes de hoy sean diferentes de los jóvenes que fuimos nosotros. El problema reside en que muchos de estos jóvenes han tomado de la sociedad actual lo menos valioso de ella. La sociedad de consumo y del bienestar ha estimulado (con la complicidad de los padres)  la vida fácil de los jóvenes. Se han acostumbrado a conseguir todo tipo de cosas sin ningún esfuerzo”.

El ímpetu, la energía y el movimiento de los jóvenes se desbordan sin una aparente dirección para poder enfrentar los retos y dificultades con éxito cuando los valores e ideales, muy propio de ellos, no han formado parte de su desarrollo previo ni han sido valorados, ni vistos encarnados por los adultos.  En efecto, ante la falta de entrenamiento para la resolución de problemas, los jóvenes se perciben como carentes de recursos para enfrentar, conceptual y operativamente, muchas de las dificultades que la vida ofrece. 

Lo triste y grave es que el  joven actual no es libre porque no cuenta con las condiciones para actuar, por falta de entrenamiento y conocimiento. Esto explica, como reacción, una actitud recurrente en una porción significativa de la juventud: el pasarla bien, el disfrutar la vida sin pagar ningún precio. También explica aquella otra que sigue al hecho de no poder o no querer encarar un problema o los propios deberes, me refiero a la evasión.  Uno evade a través de la indiferencia: “Yo paso”; a través de las sensaciones intensas, fugaces y artificiales: consumiendo drogas; y, por último, uno evade a través del ruido, de lo estridente, de la agitación febril sin norte.


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