Por Edistio Cámere
La persona no solo se desplaza físicamente de un lugar a otro. También es un alguien orientado al futuro, es vocación, es llamada a cumplir una misión. La vida humana es un proyecto que se va resolviendo en el tiempo, donde el futuro se impone como un deber: “Debo construirlo pero tengo que llegar a él siendo mejor”.
El futuro es mi tarea, y demanda esfuerzo el ir en su conquista. A veces el presente se sortea para aprisionar el futuro, pero cuando se le tiene se evapora porque no se lo ha apuntalado con los pilares construidos en el hoy. En otras ocasiones, subyuga tanto el presente que se olvida que aquel es solo una estación en el viaje de la vida (…). Inversión en tiempo, proceso, gradualidad son aristas de una misma estrella.
Los saltos en el crecimiento de la persona no se dan. El hombre escribe su propia historia cada día y cada día tiene su propio afán. ¡He aquí la importancia de proponerse metas, proyectos y finalidades! Sólo el hombre es capaz de hacerlo y autodeterminarse hacia ellas. Pero también es el único capaz de reflexionar, de darse cuenta si su elección ha sido correcta o no y de reconocer si ha puesto todos los medios necesarios para conseguirlos.
También el hombre es frágil; quiere, busca, sueña pero el cansancio, la debilidad, la pereza… lo desvían de sus objetivos. Por eso revisar las metas personales debe ser una práctica continua, positiva y deportiva. Positiva para no lamentarse de los fracasos sino aprender de ellos. Deportiva porque a veces se ‘gana’ y otras se ‘pierde’, y cuando así ocurre hay que volver con nuevos bríos a empezar.
La vida no es un hecho consumado. Su temporalidad, su dinamismo, hacen de ella un proceso donde los retos y las respuestas se imbrican gradualmente de modo que B sucede a A, no solo en el orden cronológico sino también en contenido o dificultades. La historia incorporada en A sirve de rastro para afrontar con éxito B. Lo gradual y lo temporal remiten a lo pequeño y al presente. Las posibilidades dejan de ser tales en el ámbito del aquí y ahora. Desde esta perspectiva se comprende la afirmación de Miguel Ángel Martí: “Vivir ilusionadamente consiste, entre otras muchas cosas, en poner nuestras ilusiones al alcance de nuestras posibilidades”.
Cuando logramos ‘meternos’ en el presente, somos capaces de saborear los logros que ese ‘ahora’ permite. ¿Qué se consigue en el presente? Logros sencillos, pequeños y ordinarios. Pero su trascendencia radica en que pueden ser poseídos e incoporados a la propia vida como peldaños para futuras y sucesivas adquisiciones.
¿Acaso el periodo escolar no podría ser el lugar y momento propicios para ilusionarse con lo que allí ocurra? ¿No es verdad que la jornada escolar es ese momento donde se obtiene lo que se espera tener, aunque los días se sucedan con aparente monotonía? Si se subraya la importancia de las pequeñas metas y si además se experimenta su realización cotidiana en la propia jornada, se habrá dado un salto cualitativo: la ilusión se habrá convertido en alegría. ¿Y qué es la alegría? Es el gozo por la posesión de un anhelo. La posesión de algo solo es posible en el presente. “Únicamente cuando hay alegría el sujeto se mantiene constantemente unido al objeto que se la produce, sin que haya monotonía ni cansancio” (García Hoz).
La alegría sucede a la ilusión, porque se experimenta en el hoy. “Con el hoy nos realizamos como personas y además vamos prefigurando nuestro futuro. El mañana es una continuidad del hoy, de ahí la importancia del presente. El valor de los días no viene únicamente por lo que sucede en ellos, sino también por constituir el presente (de vida), que no es poco” (Miguel Ángel Martí).
En el ser humano conviven misteriosamente su dignidad y sus deficiencias. Cuando se camina se levanta polvo. Sin embargo, junto con esta realidad se abre el vasto horizonte de ser cada vez mejores, de poder transitar constantemente por el sendero de la perfección. En la posibilidad de poder revisar, corregir y enmendar para ir a más, radica el optimismo de la persona.
El hombre actúa procurando el bien. Pero no lo tiene fácil. El bien se le ‘presenta’ adscrito en la realidad y su categoría, por tanto, responde a la porción de la realidad mirada. El comer es un bien, los animales también lo hacen. La amistad es también un bien pero de mayor entidad, lleva a querer al otro en cuanto otro. Exige de las partes un querer expreso para cultivar la relación amical. De un modo general se puede afirmar que el bien tiene la cualidad de perfeccionar a la persona. No obstante, el bien no se ofrece sin más al hombre, éste tiene que poner de su parte para conocerlo, poseerlo y mantenerse en el bien.
Cuanto más altos sean los bienes que se procura, más esfuerzo demandan. En el camino a ser mejores se encuentran tres formas jeraquizadas de bienes: la honestidad (bienes honestos que son buenos por sí mismos, con razón de fin); la utilidad, (bien útil que es bueno en razón de medio, lo que vale para algo); y el deleite sensorial (el placer es el valor de lo que produce deleite a los sentidos).
Los bienes deleitables deslumbran y complacen los gustos, los caprichos y los miramientos personales oscureciendo la luminosidad y el valor de los bienes honestos. Renunciar al goce inmediato no es tarea fácil. Exige fortaleza y empeño para reemprender el camino. Hacerse con el bien que conduce a ser mejores casi siempre es arduo porque roza con el cumplimiento del deber ser y con el deber hacer. Finalmente, la felicidad es el anhelo de toda persona. Llegar a ella supone adherirse a bienes que se convierten en medios para ir en pos de los siguientes. Es un ascenso que compromete la vida misma.
todo es depende de nosotros si queremos lograr grandes cosas solo es cosa de seguir adelante y poner nuestra parte
Nery, muy de acuerdo con su consideración. Efectivamente, gracias a su libertad, la persona puede autodeterminarse hacia la verdad, el bien y hacia la comunicación de sus talentos.
Gracias por su comentario
Edistio Cámere