Edistio Cámere
Balconear, baladrar, balbucear son tres verbos que, manifiestan formas de comportamiento que se van extendiendo e instalando en la sociedad actual. No intento formular una suerte de tipología social. Me interesa más poner a consideración de los tutores, a modo de reflexión en voz alta, las implicancias que en la vida social tienen esas actitudes. La escuela es el ámbito pertinente para rescatar y fundamentar la condición de la persona como ser social, al valor de la convivencia que vincula e invita a la solidaridad y al respeto de normas y principios que acogen al ‘otro’ en cuanto igual en dignidad y en derechos y deberes.
Balconear. Desde el balcón se tiene una panorámica de la situación o pasaje observado que incluye intersecciones, relaciones y no pocos detalles. Mirar no es lo mismo que ‘estar’. Otear de lo alto como hábito deviene en un mero curiosear. Se está al tanto de lo que ocurre en el radio de la mirada, pero es un conocer que no mueve ni a la acción reflexiva ni a la ejecutiva. No lo hace no porque lo que conocido sea inútil o neutro sino porque el sujeto que conoce prefiere la cómoda postura de mantenerse como espectador: mira para entretenerse o simplemente para fisgonear.
Quien balconea como práctica se muestra indiferente ante el curso que toma la sociedad. Estar al tanto de lo que ocurre no significa ni tomar partido ni comprometerse con lo que ocurre. Ha renunciado a ser agente activo y aportante en la configuración de la trama social para establecerse confortablemente en los reducidos linderos del individualismo. Para quien balconea, la sociedad es útil en cuanto satisface sus necesidades básicas y genera hechos y situaciones que complacen su condición de espectador.
Baladrar. De primera impresión quien baladra pareciera que está metido de lleno y le importa la sociedad. Sin embargo, quien vocifera, grita, alborota o chilla no tiene la intención de construir o de aportar. Grita aquel que se descontrola porque determinada situación no es de su agrado, porque no ha tenido el curso que quería o porque desea cambiarla a su antojo. ¿Acaso se puede dudar que las cosas pueden ser de otro modo al que uno piensa o anhela? Más aún ¿se puede dudar del valor y legitimidad de los puntos de vista ajenos? Quien suele baladrar ante que algo no le parece, pronto caerá en las fauces de la violencia; atenazado por el enojo, quien grita, pierde objetividad y serenidad para corregir o formular razonablemente sus propuestas, escuchar contrapropuestas, de modo que se pueda tender puentes de acercamiento y conciliación con otras posiciones.
El respeto a las personas no significa que coincida con sus opiniones, pero me obliga a que las escuche y las valore, les presente las mías con el ánimo de lograr un ajuste que, sin maltratar la verdad, satisfaga a ambos. Lo importante es que los derechos y deberes no se enajenan se corresponden recíprocamente. Por el contrario, quien baladra acumula para sí todos los derechos… total es deber de los otros el complacerlo si es que no quiere que vocifere. Sin duda, es una expresión de un individualismo a ultranza.
Balbucear: Aquel que baladra muestra lo que pretende, trasparenta su malestar. Mas quien murmura, farfulla, cuchichea o habla entre dientes oculta su respuesta. Queda la duda si afirma o niega: habla para sí mismo. Su real sentir lo comunica a otro u otros, cuando media distancia con su inicial interlocutor. La mirada esquiva anuncia que en cuanto uno se da vuelta, quien balbucea, astutamente siembra minas: no se notan pero explotan furiosamente. Asiste, escucha, anota, conversa con su compañero pero no comunica su posición. Quien dirige la reunión está persuadido que la proposición presentada cuenta con su anuencia. Error de apreciación. No solamente, no está de acuerdo sino que propaga un rumor contrario que genera desconfianza. De modo que, el balbuceo termina siendo un ataque sutil pero artero al bien común.
Teniendo la ocasión de aportar a la sociedad, el que balbucea como práctica, elige sus motivos pero actúa soterradamente para conseguirlos. Ciertamente el individualista sea que balconee, baladre o balbucee no se compromete ni con su entorno primario ni con el extenso, pendiente de sí no repara en su condición de ser social y, en caso que lo haga, le costará mucho incluir en los latidos de su corazón la praxis y la gramática del tú, del nosotros, del de ustedes y del de ellos.
Tomando como referencia que siempre una acción va antecedida por un análisis y antes, por un pensamiento examinador. Balconear solo es el inicio, circunscrito en el pensamiento examinador, es el “antes” de abordar, el “antes” de interactuar o el “antes” de provocar una relación. Es decir, si es tomado como parte de la una estrategia suma, y si no, hay un despropósito, pero es asequible. Algo similar ocurre con baladrar. Hay una situación que la amerita. Cuando uno está convencido de que el otro puede realizarse y este último alega que no, cuando lo amodorra la comodidad en la que se encuentra o cuando es parte de la deriva. Uno baladra con la finalidad de reubicarlo y hacerle notar que si existe voluntad existe mucho, mucho para ser. Claro está, que hubo un diálogo, una puesta en común, resultados y adversidades aparentes que tal vez amilanaron su espíritu y eso es parte del forjamiento de sus carácter. Despertarlo a veces es autoritario pero es necesario. Finalmente, el balbucear no tiene ningún mérito. Estoy plenamente de acuerdo con Ud.
Midgely, gracias por su comentario. Ciertamente, la referencia la hago a partir de tener cómo hábitos ese tipo de comportamiento. No me refiero a que a veces se pueda Balconear, baladrar y balbucear.
Edistio