Modos de convivir en la escuela

Los modos en que se experimenta la convivencia según Sáenz, O, 2000 ([1]) son: a) estar con otro; b) ser con otro; y, c) ser para otro. En conexión con el referido autor, intentaré mostrar que esos modos de convivir encuentran en la escuela un interesante ámbito para su desarrollo y concreción.

Esencialmente, en la convivencia va implicada la comunicación en un lenguaje que no se detiene en la formulación de mensajes o contenidos, sino que la trasciende para trasponerse en la órbita del , con miras a complementarlo en su condición de persona.

El estar presente en un mismo grupo y espacio físico, no solamente contextualizan ‘un encuentro’, sino que dan pie al establecimiento de relaciones cuya fuerza y continuidad la reciben de la coincidencia del coexistir en ese grupo y lugar determinados. En esta forma de comunicación – que tiene en la convivencia su curso natural de expresión – se aprende a reconocer el esplendor de la novedad y de la originalidad de la presencia de los ‘otros’.

El estar con otro como acción consumada ha supuesto vencer los muros del aislamiento; de no querer estar solo. En la escuela, la soledad no es elección voluntaria. De ordinario la sensibilidad de los alumnos y los objetivos comunes (aprendizaje, recreos…) abona en favor del estar con otro. Por eso, cuando a un alumno se le margina o se le excluye de los juegos comunica sus temores salvaguardando su existencia. Para ese alumno, el coexistir en una comunidad deviene en carga pesada de la que busca librarse: está, pero no-con, sino irremediablemente sorteando el en-con-trarse con sus pares.

La promoción para la convivencia con el otro, jalona una condición inestimable: que reine un ambiente de paz en la escuela. No aquella que se consigue sobre la base de un autoritarismo que ahoga el florecimiento de la singularidad y creatividad; tampoco aquella paz lograda a costa de un equilibrio precario entre grupos que marcan su ‘territorio’ y el ritmo de las actividades escolares, frente a los cuales se termina cediendo y concediendo para evitar las secuelas de un desgobierno. Por último, la paz no debe ser consecuencia de “aguar” la enseñanza-aprendizaje – cometido que conlleva no pocas dosis de esfuerzo y exigencia- para acomodarse con la visión que sostiene que ‘el cliente tiene la razón y en su complacencia está el éxito de una escuela’. Enajenar la propia naturaleza e identidad no es camino seguro hacia una paz duradera.

El estar con otro implica también la “apropiación de nutrientes de la vida psíquica – saberes, creencias, ideales, lengua, conducta, tradiciones – que las obtiene el hombre principalmente, aunque no exclusivamente, por inmersión, por impregnación en esa papilla afectivo-cognitiva que es el glacis social” (Sáenz, O: 2000). La inmersión aludida avoca, en primer lugar, la presencia de una cultura que desde el proyecto educativo o ideario permee todos los procesos de un centro educativo. Sin una cultura que de sentido e intencionalidad al discurso y a las actividades educativas no es posible la impregnación. “La única forma de comenzar a aprender cómo comportarse correctamente es ver cómo se comportan quienes me rodean y empezar a imitarles, atraído por el resplandor que la conducta recta lleva consigo” (Llano, A. 2003). Más que forzar un modo uniforme de realizar las operaciones y las actividades educativas, se trata de vivir y convivir en unidad con la cultura del centro; justamente, su adhesión operativa por parte de los directivos y docentes la valida como una propuesta cognitiva y afectiva bien recibida por los alumnos.

De otro lado, es necesario que el corpus de los saberes esté ordenadamente estructurado para que se trasmitan: a) dosificadamente atendiendo las edades y periodos evolutivos de los alumnos; b) con oportunidad y eficiencia: actividades planeadas y preparadas. Igualmente el conjunto de normas y reglas deben caracterizarse por ser sencillas, concisas y concretas en su formulación, habida cuenta que su principal propósito es servir de guía para la promoción de una convivencia en la que sea posible a los alumnos el estar con otros. No menos importante, es la atención al ornato y a la estética de los espacios más frecuentados por los aquellos. Un espacio en donde se advierta orden y buena disposición de las cosas entre sí, contribuye asimismo a la configuración de un clima sereno, pacífico y tranquilo.

Un ambiente de tal fuste se convierte en una especie de sustrato conectivo que hace más asequible a sus integrantes establecer lazos recíprocos y a experimentar el modo de convivir estando con otro. En cierto sentido, ‘el orden y cultura establecidos’ limpian la maleza tejida de desconciertos, de inseguridades, de conflictos… para dar paso al florecimiento de un vasto jardín en que es posible la coexistencia entre quienes allí coinciden. En la escuela, es educativamente vital, promover el saber estar con otro, pues en la relación con sus pares, los alumnos aprenden a conocerse a través “de la imagen que de sí mismos reciben reflejada en otros” (Sáenz: 2000). La imagen que uno proyecta de sí mismo es confirmada, corregida o incrementada gracias a los aportes comunicados mediante el contacto interpersonal. La autopercepción se nutre de la respuesta que emite el otro sobre la base de su particular y personal interpretación que suscita la imagen de un par. En un salón de clases, por ejemplo, el alumno se revela sin cesar a la mirada de sus compañeros y cada quien desde su óptica, lo que capta e interpreta contribuye a la configuración de la imagen que uno se forma y tiene de sí mismo.

SER CON OTRO

Ser con otro es dar un paso más en el plano de la convivencia. La convergencia, la coincidencia en un mismo lugar y tiempo, sin duda, facilita el contacto y el establecimiento de lazos mutuos lo que para una persona es necesario pero no suficiente. Es necesario porque por su naturaleza social tiende a vivir en comunidad estableciendo relaciones, sin embargo, no es suficiente. La persona también es apertura y trasciende en comunión de intimidades con el otro, siendo el amor y la amistad sus preclaras manifestaciones.

La amistad es un ámbito graduado por el afecto que hace posible abrirse, acoger y donarse a un ‘tú’, que no es un otro indeterminado, sino un electo y perfilado quien con el cual uno se relaciona desde la condición de semejanza y de singularidad: semejanza por coincidir en intereses, ideales o metas; singularidad para alcanzarlos trenzando los talentos y aportes personales. En el curso de dicha relación -comunicación intersubjetiva- viene implicado el ayudar a crecer; el crecimiento del ‘otro’ es empeño obsequioso desplegado en la cotidianidad y en la circunstancia del amigo.

En la amistad las relaciones interpersonales, se hacen fecundas en un recíproco dar y recibir. Sin embargo, el “dar-se” como el “recibir” no constituyen movimientos espontáneos: son actos intencionales. El querer hacerlo comporta poner entre paréntesis las propias necesidades, egoísmos y gustos para centrarse en las solicitaciones del amigo. En este sentido, la formación del carácter constituye una relevante acción educativa para el cultivo de la amistad, que no se reduce a expresiones intermitentes o periódicas, más bien, se alimenta de la práctica sostenida del pensar en el amigo para que, luego, la palabra, el gesto o la acción contribuyan eficazmente a su crecimiento como persona.

 SER PARA OTRO

La tercera forma de vivir la comunicación del individuo hacia los demás lo marca la dimensión “ser para otro” (Sáenz, O. 2,000). Lo interesante de esta dimensión es la corresponder con lo aportado por la comunidad en la que uno habita: con los semejantes a través de la solidaridad; con escuela mediante la iniciativa, la participación; y, con su cultura vía la conservación y transmisión.

La docencia lleva esencialmente la impronta de ser para otro. Sáenz citando a Nebrija afirma, “El maestro es como la vela que alumbrando se consume”. No quiere decir que la vela se agote, se acabe, se destruya mientras alumbra, sino que alcanza su plenitud cumpliendo la finalidad para la que fue hecha, alumbrar, iluminar a sus alumnos con su saber, con su ejemplo, con su vida, siendo para otros” (Sáenz, O. 2000). Si además, con su talante profesional y conducta muestra a sus alumnos el Ideario contribuye vivamente que aquellos se identifiquen no solamente en el presente sino a lo largo del tiempo con su colegio.

En el caso de los alumnos, incluso desde pequeños, se les puede iniciar en el entusiasmante objetivo de procurar hacer de su aula y de la escuela, un ambiente acogedor y habitable. Objetivo factible, en la medida que se les fomente intencionalmente la capacidad de iniciativa, la toma de decisiones y la actitud participativa en las zonas donde con autonomía puedan ejercerlas.

[1] Sáenz, Oscar, Revista Comunicar 14, 2000, págs. 113-119


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