Por Edistio Cámere
En cierta ocasión, el director de un colegio, en una animada conversación con un grupo de alumnos de 4to de Primaria, les preguntó: ¿Qué creen que al director lo pone más contento? Me imagino la escena posterior: las manos levantadas en señal de querer intervenir; incluso, algunos apoyados en el asiento de tal manera que sobresalgan para que la mirada del director se fije en ellos. ¡Los niños de espontáneos y trasparentes casi siempre tienen una respuesta! Con ellos la sintonía halaga y entusiasma y el diálogo fluye.
Las respuestas fueron variadas y precisas: “Que nos portemos bien; que tengamos buenas notas; que seamos campeones en fútbol; que no tengamos anotaciones; que atendamos en las clases…” y otras similares alineadas con lo que el director de un colegio suele esperar de sus alumnos. Segundos después, el directivo añadió: “Lo que me pone contento es cuando los veo jugar divertidos durante en el recreo”.
Tan asombrados, como yo, presumo que quedarían esos alumnos. ¿Qué quería dar a entender el buen director con dicha respuesta tan poco ortodoxa desde el punto de vista escolar? Sin adelgazar un ápice la importancia del cumplimiento de las obligaciones que tiene el niño como estudiante, también forma parte consustancial de su crecimiento el solaz, la distracción y el juego con sus compañeros.
En el aula, por su propia dinámica, el niño es conducido y expresa una parte de sí: sus habilidades intelectuales. En esos tiempos denominados ‘recreo’ la organización corre por cuenta propia, y es todo él que se muestra e interactúa. Las risas, la emoción, la intensidad en el juego y, por qué no, en las conversaciones no solo testimonian el haber pasado un buen momento sino son también expresiones de acogida, pertenencia e identificación con sus pares, ingredientes necesarios para la generación de un clima cordial que traducido en motivación acicatea a los niños para enfrentar con buen ánimo y entusiasmo sus deberes como estudiantes.
Otra línea educativa que bien podría deducirse de la respuesta del director se relaciona con el aprendizaje del manejo del tiempo libre. La prisa, la agitación -síntomas del presente siglo- en un extremo ‘obligan’ a pasar por alto aspectos o situaciones entrañablemente humanas y sencillas que les dan color y sabor a la vida; en el otro extremo, acostumbrado a planes ‘impuestos’ venidos desde fuera, la capacidad de autodeterminación ya anquilosada no atina a reaccionar -presa por el tedio y el aburrimiento- ante el paso de las horas vacías.
El buen uso del tiempo libre es enriquecedor por cuanto se nos otorga, precisamente, para llevar a cabo actividades distintas a las que de ordinario nos ocupa. Es campo privilegiado para los pasatiempos la lectura, la música, la conversación y la solidaridad.
Una tercera idea nace del compromiso promovido por los docentes y asumido por los alumnos, de hacer siempre las cosas de la mejor manera. El mismo empeño y la diligencia se tienen que aplicar tanto en el aula como en el recreo. Y es que en la vida todo es importante, pero cada cosa tiene su lugar. Por tanto, con la misma dedicación que se le pregunta al alumno sobre las tareas y los exámenes, se le debería inquirir también acerca de cómo lo pasó en el recreo.