Educación y pluralismo

Por Edistio Cámere

Susana -personaje del conocido humorista Quino- frente a un texto de matemática lee: “Planteo: si un albañil levanta dos metros de pared en medio día, ¿cuántos metros levantará en tres días?”. Con la mirada en el techo y el lápiz en la comisura de los labios, reflexiona: “Veamos: tres días, son seis medios días, o sea que… seis medios días por dos metros son 12 metros”. Luego, escribe, “Solución: levantará seis o siete metros, porque en este país nadie quiere trabajar”.  

La mencionada historieta permite muchas lecturas. Al azar consideraré una: Desde una perspectiva académica, Susana acertó con la solución aplicando las estrategias pertinentes a la materia en cuestión; dicho de otro modo, la instrucción recibida se lució. Pero lo escrito en su cuaderno -chispazo del talento del autor de la historieta-  muestra un sugerente y no menos importante mundo en el que la enseñanza de las materias no alcanza a coparlo.

Ese es el mundo de la educación, en el que intervienen y concurren muchos agentes que se cruzan horizontal y verticalmente en la vida de un educando (niño o joven).  Desde la sociedad en su conjunto, pasando por los medios de comunicación, los amigos, los profesores, hasta llegar a los padres de familia, todos estos agentes presentan o trasmiten valores, creencias, tradiciones, conductas, maneras de relacionarse con terceros que, sin descuidar el ámbito del conocimiento, inciden más en los modos o los estilos de vida.

Un propósito a procurar, quizá más cercano a la utopía que a la realidad, sería intentar un gran acuerdo entre todos los agentes en torno a unos objetivos educativos básicos a partir de los cuales se delineen vastas avenidas por donde circulen -con pleno respeto a sus propias biografías- los educandos de una determinada sociedad. Por cierto, en pleno siglo de las libertades, los intentos de uniformizar, de formar un tipo de estudiante fácilmente permeable a los dictámenes del mercado o exquisitamente respetuoso de lo políticamente correcto, emergen con fuerza de organismos internacionales que poco o nada tiene que ver con la educación. Pero no es solamente la sociedad en la que uno se desenvuelve la que influye, también hay actitudes pensantes incluidas -como de contrabando- en los préstamos o ayudas internacionales.

Vivimos en un mundo que se caracteriza por ser abierto y, como tal, acepta la convivencia simultanea de doctrinas y posiciones similares, opuestas o contradictorias, que subrayan las diferencias individuales y la libertad humana. No todas las personas perciben igual un mismo aspecto de la realidad ni aún observándolo de la misma manera. Es claro que frente a un menú de posiciones o doctrinas, las preferencias, como las opciones, difieren.   

El pluralismo de la sociedad no atenta ni debilita a la educación; en todo caso, la presiona para que sea más capilar, más realista y eficiente. La instrucción predica extensión: a cuantos más se llegue mejor; la educación, por su parte, predica incidencia: no apela al número sino a la profundidad, cuanto más abarque de la persona tanto más radical será.  Este factor de incidencia de la educación supone ‘relación’, que no es otra cosa que conexión, trato y comunicación entre personas singulares y concretas. Con un agregado importante, uno de ellos -quien educa- debe ser significativo para quien es el educando.

Es significativo quien guarda para sí notas como amor, inspiración, modelo, autoridad moral, sabiduría y con ellas intencionalmente educa. De manera que se puede llegar a la conclusión que el ámbito educativo por antonomasia es la familia, y más precisamente los padres, que son significativos por excelencia.  A ellos corresponde que el pluralismo de la sociedad no haga mella en sus hijos, decantando aquello que no coincida con su proyecto educativo, argumentando con palabras y obras lo que valoran como pilares para su crecimiento personal.


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