De regreso al colegio, un nuevo reto para mejorar la educación

Por Edistio Cámere

Dentro de poco tiempo se iniciarán las clases escolares. Entonces, el bullicio y la algarabía de millones de niños y jóvenes estarán concentrados en las escuelas. Los docentes, luego de unas reparadoras vacaciones, volverán asimismo a su habitual tarea de educar, enseñar y orientar.  

Sin embargo, nuestro país, con sus marchas y contramarchas, con sus problemas aún sin resolver, no representa un contexto favorable para el logro de las metas educativas. La inversión en la jerarquía de los valores, las incoherencias y los malos ejemplos de nuestros líderes sociales, siembran dudas y cuestionan los principios que supuestamente se propugnan lograr en las escuelas. Frente a esta  realidad ¿cómo encontrar o darle un nuevo sentido a la acción educativa, a la que tanto se apela como condición indispensable para el desarrollo nacional? ¿De dónde puede recoger el maestro motivos para continuar con afán en su noble tarea?  ¿Cabe el optimismo en la educación? 

Ser optimista, ¿es una necedad o es una postura idealista y soñadora? Pues ni es una necedad ni es una ilusión. Por el contrario, soy un convencido que dicha actitud es sostenible, realista y, sobre todo, eminentemente educativa. Siempre y cuando se asuma el reto de construir un ambiente escolar donde la labor docente no se agote en el alumno, sino que busque a la persona: razón y causa de optimismo y esperanza. 

 Presente vs. futuro

El presente es cambiante, complejo, difícil y exigente pero la labor del docente se despliega en ese ‘presente’. Frente a este hecho se abren dos actitudes: a) Añorar épocas pretéritas, aduciendo que todo tiempo pasado fue mejor, sesgando la visión únicamente hacia lo negativo del propio país o esperando pasivamente el advenimiento de nuevos periodos; o b) Ser conscientes que lo propio es decidir qué hacer con este tiempo que se nos da y que al recibirlo se hace ‘proyecto personal’. Por lo tanto, como tal, hay que aprovecharlo escribiendo la propia biografía al realizar las tareas que corresponde hacer y este tiempo facilita.

Somos hijos de este tiempo, por tanto, de un modo o de otro, lo que se haga o deje de hacer afectará a los demás. Aceptar esto lleva reconocer que “en efecto, no estamos en el mejor de los mundos posibles, por el contrario, estamos en un mundo en donde, por muchos motivos, las cosas no están bien, pero, precisamente por eso, debemos empeñarnos en arreglarlas, en lograr que las situaciones mejoren” (Leonardo Polo).

El empeño por mejorar las cosas implica un prerrequisito: atender, abrirse a la realidad; las cosas son como son, no como quisiéramos que fuesen. El cambio no es una idea feliz o un pensamiento mágico que opera automáticamente porque se desea o anhela. El cambiar es un quehacer esforzado que se fundamenta en el querer. Esta mirada pone el acento en lo que efectivamente puede hacer la persona, con la condición de que sepa distinguir las posibilidades que le ofrece toda situación y las convierta en disponibles para su desarrollo.

Apuntar a ser mejores

La educación se realiza dentro de un contexto social e histórico determinados. No se puede escapar a sus influencias, sean estas positivas o negativas. Lo importante, además de discernir aquello que redunde en beneficio de la pedagogía, es colocar al joven o a la joven en inmejorables condiciones frente a su situación para que pueda ‘con’ y ‘desde’ su propia vocación descubrir y aprovechar las riquezas y posibilidades que aquella contiene para su propio desarrollo.

Una feliz estrategia para sostener un estilo educativo es identificar lo que de permanente anida en un ambiente como el actual, caracterizado por los cambios. Lo permanente es, sin duda, la persona. Un ‘alguien’ que demanda los mejores esfuerzos y energías intelectuales para atenderlo y formarlo en orden a su dignidad, con la absoluta certeza que es el sendero propicio para mirar el futuro con esperanza. Pues, quien espera, espera algo mejor porque piensa que su entorno y él mismo son mejorables. Lo mejor es un estado a alcanzar con la condición de que el presente se perciba tan solo como el inicio del trayecto que conduce a ese fin. En este sentido, el futuro no llega en virtud de un dinamismo o fuerzas desbocadas provenientes del exterior que nos empujan a empellones en él. Todo lo contrario. Construir el propio futuro es una tarea con una consigna como divisa: No llegar a él siendo tal como somos ahora, sino mejores.


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