Tres cualidades humanas de un líder

Edistio Cámere

Gandhi señala tres espacios vitales del cosmos, cada uno de ellos con su propio modo de ser: Lo propio del mar es el silencio; lo propio de la tierra es el grito; lo propio del cielo es el canto. El hombre participa de las tres cosas: lleva en sí la profundidad del mar, la carga de la tierra y la altura del cielo, y por eso le pertenecen las tres propiedades: el callar, el gritar y el cantar.

Para escuchar a quien nos habla hay que saber callar, no a modo de minuto de silencio en el que no se habla pero el ruido de la impaciencia es estremecedor; más bien, tiene que ser un silencio que acoja porque habla de serenidad. Silencio para buscar el fundamento de los acontecimientos para no quedarse con la bulla del palabreo, que siempre es superficial. Silencio para no caer en el frenético activismo en las relaciones interpersonales, en la diversión y en el trabajo. El silencio precede a la reflexión. Pensar es pararse a pensar, solo así uno acierta en sus decisiones porque es capaz de ponderar los hechos.

Hay que saber callar para abrirse al otro en atenta escucha. Cuando uno calla, el otro habla y fluye el diálogo de ida y vuelta, que es el gran medio para entender y para comprenderse. El silencio permite conducirse dando el peso y la medida a las cosas. ¡Cuántos conflictos se suscitan por no saber dominar la lengua que, al ritmo de una reacción visceral, destila comentarios subjetivos, superficiales y hasta amenazadores!

A veces callar es ser cómplice. Ante el error, las injusticias, las inmoralidades, los abusos es válido gritar, que no es un grito estentóreo, destemplado o grosero. Es dejar sentado con firmeza amable la propia posición, advertir con argumentos razonables y verdaderos que algo no está bien. Levantar la voz es decir ‘no’ al trabajo mal hecho, ‘no’ a romper con los compromisos asumidos, ‘no’ a hablar mal de otros. Gritar es complicarse la vida por los ideales y principios que dirigen la propia vida. Es mantenerse firme en la decisión tomada luego de ponderar los pros y los contras. Es ir contracorriente demostrando que los buenos tienen todos los pergaminos para defender los más altos valores de nuestra cultura occidental-cristiana.

El cantar remite al mundo de los sentimientos, de la belleza y de la armonía. La música expresa de modo plástico y cautivante que la combinación de notas y compases produce un sonido que pregona la existencia de una vida mucho más rica que lo puramente eficaz, útil. El canto es aquí sinónimo de saber hacer un alto, de detenerse en el febril y agitado caminar para dejarse arrobar por una sonrisa, por un abrazo, por un gesto, una puesta de sol, para acompañar a quien está solo, o solidarizarse con quien le aqueja una pena. El cantar es también la acción de admirar. Es no pedirle cuentas al tiempo cuando le dedicas atención a un amigo o amiga que abre su corazón mostrando la tristeza que lo hunde en su propio yo. Y es que mirar más allá de lo que impacta a los sentidos es abrirse con reverencia a la realidad para descubrir en ella lo bueno, lo simple, lo bello y lo verdadero.

El silencio nos introduce a la armonía; con el grito se allanan los relieves del camino; y con el canto se agradece la existencia, que es posibilidad de un mañana por vivir de una sociedad que impaciente aguarda tu presencia para que desde dentro escribas con trazo firme una nueva historia.

Una característica del líder que sueña y procura un mundo mejor es ser muy humano, pues desde esa condición podrá aportar, con el silencio, la acción y el canto, a la biografía de tantas y tantas personas que encontrará a la vera del camino de su vida.


Deja un comentario