La familia: la alcurnia de la persona

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En un  zoológico la vista se topa con diversos tipos, colores y tamaños de animales. Cada ejemplar encandila por lo logrado de su figura: la cebra con sus franjas; el tigre por la plasticidad de sus movimientos; y, el elefante por lo macizo de su porte, la blancura de sus colmillos y la gracilidad de su trompa. Cada animal retiene su propio encanto que lo diferencia de otro, sin embargo, en su hechura no ha participado el hombre.

La variedad y vistosidad de la flora asombra y conmueve. Basta mirar a una rosa para que el espíritu vibre con su delicadeza, fragancia y color. La rosa habla por el corazón cuando el amor quiere hacerse presente. El hombre se deja arrobar ante la índole y hermosura del reino vegetal, sin embargo, aquel no tenido participación alguna en su confección.

En la inmensidad, en la belleza y armonía rítmica de las olas del mar, el hombre no ha intervenido, le corresponde embelesarse ante el espectáculo tanto cuando el sol lo ilumina como cuando se esconde prodigando el sereno atractivo del atardecer.

La admiración que causan los elementos e individuos que conforman los reinos naturales no impide reconocer ni admitir que la persona humana es el ser más perfecto de toda la naturaleza. Su prelación y jerarquía radica en su índole racional, en su querer, en su singularidad, trascendencia y en su libertad.

La persona no emerge, ni crece ni se desarrolla al amparo de las estaciones climáticas. Viene la existencia gracias a la participación activa de un hombre y de una mujer. Trasmitir la vida es un privilegio con-cedido que no se agota en el acto procrear, reclama de la implicación de sus progenitores en el florecimiento y despliegue de esa vida. Esa implicación no resulta de un hecho forzado, aséptico o al extremo brusco exento de voluntariedad, más bien, de la atracción mutua entre hombre y mujer que, cual motor mueve a ir en pos del misterio y de las circunstancias que particularizan la biografía de cada uno.

Cuando se conoce el mundo interior, se desvela lo propio, lo singular, aquello que destaca sobre los demás y, por tanto, la persona lo quiere – en exclusiva – para sí como parte de su proyecto vital. En un solo acto no se posee a una persona. La grandeza de su naturaleza reclama de tiempo pero compartido. El vivir-con, la coexistencia se despliega en plenitud cuando se decide ‘pasar’ juntos los días y las noches compartiendo el hogar que, al habitarlo siendo-con-otro, no solo se aporta y recibe desde la condición de peculiar e irrepetible, sino que, además, se forja un ambiente fecundo y propicio para el advenimiento de nuevas vidas.

Este derrotero concluye con la participación de personas en la generación de otra persona. El hombre y la mujer unidos en alianza matrimonial materializan y prolongan su amor en un tercero: el hijo. Éste no nace en serie ni dentro de un colectivo informe. Viene al mundo especialmente recibido por sus padres, quienes se dedican a él festejando su exquisita singularidad, la misma que es acogida desde la vertiente de su amor mutuo que potenciado, arropa y da seguridad al ‘recién llegado’.

Edistio Cámere


2 respuestas a “La familia: la alcurnia de la persona

  1. Estimado, he leído libros excepcionales, como la Biblia, por ejemplo, pero jamás una descripción tan sublime sobre la existencia como lo son sus párrafos.

    Mis Saludos Cordiales. Javier.
    Profesor de Ciencias Exactas. (Argentina)

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