Estimado Jorge desde hace tiempo estoy intentado ponerte unas líneas. ¿Excusas? Las tengo y las puedo presentar… Aun así aquellas no han abatido mi deseo de escribirte. A propósito, es interesante hacer notar que entre el querer y el poder se definen muchas conductas. Yo quise pero no pude, es una versión socialmente aceptada aunque no sea cierta. Mientras que pude pero no quise, siendo verídica, no es fácilmente digerible.
Desde el momento en que se me cruzó por la mente el escribirte, ¿En cuántas ocasiones no pude y en cuántas, en efecto, no quise? El no-querer en un determinado momento no predica renunciar definitivamente a ejecutar lo planeado. Lo ordinario es que el no-querer equivalga a postergar… a veces sine tempore. Lo postergado pierde vigencia ante la presencia y fuerza de una nueva oferta aun cuando ésta no sea mejor. Ante una compromiso incumplido uno puede justificarse insinuando: ‘me faltaron datos, creí que, pensé que; no obstante, la excusa no repone la acción no ejecutada y, ante el interlocutor, queda la sensación de que no ha querido cumplirla. ¿Confiarías nuevamente en esa persona? ¡Vale la pregunta!
También podría darse el caso contrario, es decir, querer pero no poder, por falta de recursos técnicos, de habilidades o de tiempo. El querer está relacionado con la capacidad de autodeterminación hacia algo valioso aunque suponga esfuerzo. El poder, por el contrario, conecta más con los medios o instrumentos, mismos que se pueden cambiar, intercambiar o modificar con vistas al fin perseguido.
Jorge entiendo que es propio de tu quehacer tener en mucho el querer del alumno: que quiera atender la explicación, que quiera estudiar, que quiera aprender, que quiera ser buen compañero… de su querer dependen, en gran medida, los logros educativos. Empero, también eres consciente de que activar el querer del alumno constituye uno de los retos que más acrisola la labor de todo docente. No me gustaría darte la impresión de ser anárquico – valoro el orden y la jerarquía en tanto respeten las instancias intermedias – pero no deja de llamar la atención que usualmente las opiniones de políticos, de empresarios, de funcionarios y de consultores enfatizan más “lo que se debería hacer en educación” para lograr buenos resultados; obviamente, éstos se configuran con arreglo a su particular visión y posición dentro de la sociedad. ¡El aparcarse en lo que se ‘debería hacer’ lo encuentro tan poco empático con la acción educativa! La educación – esa que intenta iluminar la novedad de cada alumno – no se resuelve siguiendo a pie juntillas una receta ni es una tarea mecánica sujeta a leyes inexorables. Esa educación tiene de arte, de vocación y mucho de virtud. La docencia es un arte porque a través de operaciones propias manifiesta la actividad humana, la misma que encuentra su apogeo en ayudar al educando a descubrirse como persona en vía de crecimiento y a descubrir los hitos a colonizar en camino a esa perfección.
Ayudar, sin reemplazar, supone una vocación que no remite ni se limita a la inclinación o atracción que pueda ejercer la práctica de la docencia. Esa vocación – aderezada con las capacidades convenientes- es un don que dispone a asistir al discente en el camino hacia la búsqueda de su propio bien. Tal atributo guarda la propiedad de dilatarse sea cuando el alumno solicita ayuda o cuando se acerca con firmeza a su objetivo. En ese movimiento, el docente, encuentra su complacencia, primero porque lo confirma en su quehacer y segundo porque lo capacita efectiva y afectivamente a distinguir y buscar el bien de cada uno de sus alumnos.
Te decía, líneas arriba, que la docencia, además de arte y vocación era virtud. No únicamente porque el docente tenga que mantenerse, en positiva tensión, dispuesto a ayudar al alumno, con independencia de su estado de ánimo e intereses del momento. ¡Por cierto, el sostener en el tiempo una positiva actitud de apoyo es más fecundo de lo que uno supone! Tampoco porque con generoso desprendimiento procure el bien de sus alumnos. La docencia es virtud puesto que lo suyo es convocar el querer del educando. A la libertad se le atrae con proposiciones razonables y encarnadas. Proposiciones razonables implica un cierto nivel de profundidad, de sabiduría y de reflexión; en palabras cortas: pararse a pensar antes de presentar una indicación o sugerencia. Las proposiciones encarnadas muestran, hacen patente la unidad entre el decir y el actuar del docente. Sin virtud personal – predicamento de la autoridad – la libertad del alumno corre el riesgo de quedar a expensas de solicitaciones cuya primicia es la de postergar las actividades de enseñanza-aprendizaje.
De otro lado, Jorge considera que por ser libre el querer es indeterminado: se puede querer muchas cosas por motivos distintos; precisamente por eso, la autodeterminación entraña un ‘querer querer’. Con esta forma duplicativa busco subrayar el compromiso e involucramiento del yo personal – la persona como titular- cuando decide querer o no querer. Cuando el alumno quiere el bien propuesto como suyo, las conexiones virtuosas se multiplican en beneficio de su mejora personal. Pero… y ¿si no quiere? ¿Qué hacer con un adolescente que no quiere por diferentes razones: porque la pereza le gana, porque busca actuar a su aire para ser popular, porque está desanimado, triste, molesto con sus padres, con su mejor amigo, porque la chica que lo entusiasma ni de soslayo lo mira, y un largo etc.? Su no-querer se manifiesta, se hace notar en su conducta o en la relación con sus compañeros. La virtud del docente radica en no perder la serenidad para dar a cada quien lo suyo: orden y dictado de la materia a la clase y, atención – sin concesiones – al alumno aludido.
En el aula, el profesor sabe los datos generales y el desempeño de sus estudiantes, sin embargo, el conocer a cada uno para ayudarlo a que quiera, es un serpenteado camino que se recorre a base de virtud. Ciertamente, te podrías delimitar a cumplir con las indicaciones recibidas y así te aseguras una buena valoración. Jorge, me consta el tiempo que insume, el cumplir con el llenado de documentos y con el registro de las notas – tanto más si el paradigma que impera es el reportar los resultados cuantificables- las reuniones de programación, además de otros procedimientos derivados de la condición reglada de la educación. De seguro, convendrás conmigo que cumplir con las operaciones descritas y ganarse el querer del alumno, en el trato personal, solo es posible desde la virtud del docente.
Si estamos de acuerdo en que la clave reside en el querer del profesor y del alumno, entonces se podrá concluir que la acción educativa, aquella que efectivamente opera un cambio, se resuelve gracias a la libertad que se revela y ejercita en la toma de decisiones.
Es tan sensible la relación docente-discente que basta que una de los extremos no quiera hacer la parte que le corresponda para que las políticas y medidas procedentes de las altas esferas queden sin efecto. No te parece más sensato, Jorge, que en vez de gastar tiempo, dinero y energías en la confección y difusión de reglamentos, parámetros de resultados e instrucciones regulatorias, se aplicarán en promover y estimular que el docente quiera, pero para querer es preciso – en primera instancia – poder. Con poder me refiero no solamente a contar con los medios e instrumentos mínimos para desempeñar su quehacer sino a disfrutar el tiempo y el espacio necesario y prudente para dedicarse al trato personal con el alumno, en donde el querer el bien y el propio bien definen el acto educativo. Asimismo, confiar en su capacidad y en criterio profesional respaldando frente a terceros, las decisiones por él asumidas y aplicadas.
Jorge, mientras impere una visión economicista y cuantitativa de la educación, la labor del docente se retacea o se reduce a nivel de mero trasmisor casi compitiendo – en desventaja, obviamente – con la tecnología. Soy un convencido, que la educación es una actividad manifestativamente humana: la dignidad, la singularidad y la fragilidad de quienes educan y son educados se muestran en toda su condición de personas. No es un mostrar sin sentido. Al revelar-se el alumno siendo-así, la ayuda del docente – siendo-así- será la apropiada para su mejora personal. La figura del docente es compartida por un grupo de alumnos, no obstante, el modo de ser profesor es distinto para cada cual. La relación es personal e irrepetible, como también será el cómo o el qué de la acción de mejora que tendrá que emprenderse, por tanto, la ayuda es ajustada a la medida del educando.
Una cosa me gustaría que no olvides: la formación de una persona hace la diferencia. ¡Jorge cuánto bien se puede hacer a la historia del propio país…logrando que cada alumno quiera… ser mejor!
Edistio Cámere