La Escuela: una mirada desde la experiencia docente

 

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Por Edistio Cámere

La escuela es más que un lugar de enseñanza de materias que se imparten ordenada y sistemáticamente. En ella se tejen otras configuraciones que van más allá de la activa intervención del alumno en el aula. La concurrencia simultáneamente de actores con diferentes grados de madurez y de edad, de relaciones interpersonales que se especifican con arreglo esas características, de diferencias individuales innatas y derivadas de las propias familias, de normas y costumbres, de la convivencia entre pares que no siempre discurre por cauces de armonía y solidaridad y que reclama del dominio de códigos para una eficaz adaptación, de los objetivos y metas grupales, de la amistad y el compañerismo, del esfuerzo y del trabajo escolar, del dolor y del sufrimiento originado en el colegio o en la casa, de las actividades deportivas y de esparcimiento, de las fiestas… expresan de manera categórica que sea la vida misma, con sus matices y tonalidades, la que se despliega en el escenario escolar dándole un especial relieve y connotación. La escuela es, por tanto, una historia en la que se entrecruzan biografías personales en continuo desarrollo.

Primacía de los principios

Desde el punto de vista de la estrategia y de la eficacia, un colegio tiene que planificar, definir y prever cada inicio de un periodo lectivo. Sin embargo, a pesar de ello, los verdaderos retos caen en el terreno de lo imponderable, donde se mide la calidad de una gestión. Para encarar con éxito aquello no previsto, la novedad -propios de un colegio pleno de relaciones humanas- se debe enfatizar en los principios y criterios confiando su aplicación en la  prudencia y en la creatividad de todos y cada uno de los docentes. Las situaciones nuevas se gobiernan estando sobre’ y no ‘en ellas’, lo que es posible gracias al conocimiento y el compromiso con los principios rectores de la escuela.

Las ideas, los principios y el sentido dan significado, perspectiva y sólida ubicación a la labor educativa. En el cine, las imágenes se suceden unas a otras, sin embargo, el espectador no ha mudado, sabe lo que tiene que hacer.

El  Ideario

El Ideario constituye la ‘regla’ de estructuración del comportamiento. La existencia de una finalidad es lo que convierte el comportamiento limitado en comportamiento formalmente organizado. De ahí que Barnard hable de organización como un conjunto de interacciones coordinadas entre sí para alcanzar un objetivo común (o fines comunes)» ([1]). Por tanto, esos fines o metas propuestas en el marco del Ideario deben ser realistas, alcanzables y deseables para luego poder ser comunicados con claridad a todos los miembros de la organización educativa, de manera que  se adhieran a sus fines haciéndolos propios por la única y sencilla razón de la bondad de los mismos y lo atractivos que resultan.

Para que el Ideario sea participado tanto por los alumnos como por los padres de familia conviene, en primera instancia, que los docentes lo hagan propio. Stogdill, citado por J. Bello ([2]) afirma que «(…) la política no reside precisamente en los manuales internos de la organización, sino en las decisiones y los actos de los integrantes de ella. Las políticas de una organización las define, en último análisis, la acción desarrollada por sus integrantes. Y esta puede coincidir o no con las declaraciones escritas de antemano”.

Cohesión y solidez institucional

 Lo importante en un colegio, hijo de este tiempo, es mantener y mostrar su cohesión y solidez institucional, de modo que sea un efectivo referente tanto para los alumnos como para sus padres. Tal presencia corporativa se logra no sólo porque se mira a unos mismos principios educativos, sino porque también se simplifica y facilita el ‘estar en el colegio’, a través de la información precisa y oportuna, del recibimiento atento y cordial, así como de la respuesta inmediata a una preocupación e inquietud de los alumnos y de los padres de familia.

El ambiente educativo

El aprendizaje y la convivencia configurarán en el educando un modo peculiar de ser y reaccionar si se logra fomentar y generar un ambiente capaz de reflejar la calidad y el estilo educativo del centro, que se alimenta con la conducta y la actitud de todos y cada uno de los que los integran. La palabra o el consejo tendrán efecto si detrás existe el sustento de las obras; porque educar no es sólo dar, es, sobre todo, forjar, formar, hacer personas. En consecuencia el educando, al advertir, por ejemplo, que todos los profesores viven la puntualidad, asumirá de modo natural que dicha virtud es importante y la hará propia sin presiones o imposiciones. Cuando esto no ocurre el desorden que se produce lleva como de la mano a las sanciones.

Conviene aprovechar con diligencia -en la atractiva gesta de construir un ambiente educativo- los momentos no dedicados al dictado de clase para “estar-presentes” y cercanos a los alumnos, que es la vía más directa para «encontrarse» con su mundo personal, que es en rigor lo que se educa.  

El ambiente también se construye atendiendo, reflexionando para hacer propias las metas que el centro educativo propone para un determinado periodo lectivo. De este modo el cuerpo docente al actuar con unidad es más eficaz y efectivo ante el comportamiento deseado en los alumnos. La formación trasciende posturas deterministas e individuales, de ahí que el concurso de todos los docentes sea vital, ora  aportando luces para mejorar el sistema, ora ayudándose mutuamen­te para ir mejorando cada uno en concreto.

Un ambiente que eduque y forme no anula la diversidad, la presupone. El docente actúa en orden a su manera de ser y a sus cualidades propias. Sin perder su singularidad apuntala el cumplimiento de los objetivos propios del centro educativo. Los objetivos y las normas son como autopistas; su presencia, lejos de obstaculizar, facilitan el desplazamiento de los vehículos. La mayor o menor velocidad dependerá de la calidad de los automóviles o de la pericia de los conductores. 

 Continuidad y renovación

Continuidad y renovación van de la mano. Un árbol sin tronco no es árbol y uno sin ramas languidece sin poder cumplir su misión. La renovación se alimenta de la creatividad, de la disposición y del profesionalismo de todos y cada uno de los integrantes de un colegio. Y al mismo tiempo, con dicho aporte se garantiza su continuidad. La renovación, por su parte, nace de dos fuentes: una autónoma y otra sugerida. Gracias a la primera se reflexiona, se revisa y se actualiza el propio quehacer para realizarlo siempre con mayor eficiencia. La segunda hace referencia a las propuestas sugeridas por el colegio que conviene aplicar para medir su eficacia. Puede ocurrir que dichas indicaciones afecten los propios criterios y costumbres de trabajo; también puede suponer un mayor esfuerzo no previsto; y, finalmente, se puede emitir un juicio de valor. Sea como fuere, lo profesional y apropiado es facilitar y permitir su aplicación.

Mayores responsabilidades                                                        

Conforme se hace más compleja y difícil la sociedad,  no pocas funciones o tareas se le transfiere a los colegios y más específicamente a los docentes. Obviamente la sociedad no dimite en tareas relativas a lo técnico-pedagógico, sino más bien en aquellas que miran a la formación de la persona. En consecuencia, toca al maestro aguzar su sensibilidad pedagógica para advertir cómo puede afectar en el alumno aquella dejadez de la sociedad. Meses atrás Santiago Arrellano, especialista español, sentenciaba que en su país la ‘desmotivación del alumno’ era un problema estructural. En el nuestro todavía la pasividad del alumno no llega a ser notoria, al menos desde un punto de vista estadístico. Sin embargo, tenemos que estar atentos sobre todo para anticiparnos. Una cosa sí es clara: la actividad educativa del docente se ha incrementado con nuevas tareas. Toca, en cada caso particular, descubrirlas, asumirlas y armonizarlas con las de siempre.

Confianza en el docente                                                              

En el aula se suceden con espontánea cadencia actitudes, comportamientos, motivaciones, desánimos, afectos, descubrimientos, expectativas y pareceres… tantos como personas haya en el salón de clases. Frente a ese conglomerado de conductas el docente se las ve solo echando mano de su sapiencia, criterio y experiencia. Frente a esta realidad el sistema educativo tiene que subrayar la autoridad del docente en el aula, no sólo delegando responsabilidades sino tomando en consideración y avalando sus decisiones. ¿Qué sentido tiene la capacitación si al docente se le encorseta convirtiéndolo en un mero transmisor  de contenidos y cumplidor de horarios? ¿Qué sentido tiene elevar sueldos si se le impide que dé curso a su creatividad y a su desarrollo profesional? Por último, ¿qué beneficio se aporta a la educación de los alumnos con propuestas pedagógicas de última generación, si el docente no tiene la potestad de cernirlas a través de su experiencia y de la realidad de sus discípulos?

No se pretende que el profesor actúe por libre, pues una vez entonado con la axiología del centro educativo él es quien domina y conoce el quehacer  educativo. Por eso, confiar en el docente es efectivamente dar pasos agigantados para promocionarlo como lo que es: un líder. Luego veremos como, casi sin sentirlo, la educación mejora significativamente.

Innovación y continuidad                                                            

Reinventar la educación fue un titular que alcancé a leer a vuelo de pájaro en un diario de circulación nacional. Me imagino que el contenido patrocinaría cambios en la estructura curricular, uso intensivo en tecnología y otras ideas de igual jaez. Sin embargo, poco o nada se diría acerca de confiar más en el docente, de acompañarlo en su labor, de confirmarle en su autoridad. A pesar de que la educación descansa en un ‘quién’, en una persona: el docente.

Las innovaciones son siempre bienvenidas a condición de que no nos aparten de nuestra misión, pero sí que nos acerquen más al docente. Creo que estamos en ese camino. Más que reinventar la educación lo que hay que hacer es repersonalizarla, procurando que en su organización y en sus procesos prime la persona.

El rol del Estado                                                                           

La educación es el arma más poderosa que tiene la sociedad para formar personas, transmitir cultura y promover valores. Cada nueva generación tiene que ser mejor que la anterior, con ello se garantiza el crecimiento de un país. Estando en juego el futuro de una nación -de allí la envergadura de la educación- el Estado no puede seguir siendo promotor y ejecutor al mismo tiempo; entre otras cosas porque no puede ser juez y parte ya que a la larga, como es el caso, no hará bien ninguno de los dos. Si concentra sus energías en ser un buen promotor la sociedad aportará numerosas opciones en la ejecución, con lo cual los docentes tendrán mejores posibilidades laborales y las familias -esto es lo más importante-, independientemente de su condición económica, podrán elegir el colegio que se avenga con los objetivos educativos que deseen para sus hijos. Y la gratuidad de la enseñanza no tiene por qué afectarse. Estoy seguro que si el Estado fuera estrictamente promotor podría encontrar los medios para se mantenga el binomio gratuidad-libertad de elección.         

La peruanidad como proyecto vital

No es casual el ser peruano, pues sin esa identidad de origen el proyecto vital de cada uno no sería completo. Por lo tanto, la aceptación de esta realidad fomenta y nutre el sentimiento de orgullo y afecto por la patria.

Frente a la condición de país en vías de desarrollo no es raro alimentar una visión pesimista. El Perú es un país adolescente y como tal es un organismo en crecimiento, con dolencias y malestares propios de esa circunstancia. Incompleto, quizá. Tal vez con fiebre alta por alguna infección, pero ¿todo él está enfermo y desahuciado? Una visión negativa conduce a ese diagnóstico. Desde una perspectiva real nuestro país es absolutamente viable. Quienes caen en la amargura, en el pesimismo, en el desencanto, ignoran que el Perú es aún una posibilidad (Basadre).

Si los peruanos, nacidos y habitantes de este espacio geográfico, nos lamentamos de nuestra suerte, si criticamos al país con acidez, si somos incapaces de valorar lo positivo, ¿quienes van a construirlo? Si nuestras energías abrevan en las aguas del desánimo, ¿podremos sorprendernos, luego, por estar atascados en el subdesarrollo? Una percepción real del país no soslaya sus errores, sus imperfecciones, ni sus dificultades; tampoco magnifica lo positivo. Un enfoque objetivo supone una actitud positiva y bien dispuesta para la acción, para el cambio. La actitud es ‘tan’ y algunas veces ‘más’ decisiva que los meros instrumentos y estrategias para el desarrollo. Confianza, generosidad, esfuerzo, lucha, ilusión, son algunos de los ingredientes de una actitud positiva, que es la llave que abre las puertas al crecimiento sostenido.

A los alumnos, probablemente por su edad, les cuesta expresar con manifestaciones externas su orgullo por el Perú. Sin embargo, un modo de demostrar el afecto por su país es cumpliendo con intensidad sus deberes como estudiantes. Cuanto más conozcan y aprendan, tanto mejor será su contribución como futuros ciudadanos. Igualmente, cuanto más se respeten entre ellos, independientemente de sus opiniones, gustos, creencias… tanto mejor estarán capacitados para construir una convivencia pacífica más adelante.


[1] Javier Bello Guerra, “EL  CONCEPTO DE ORGANIZACIÓN”, Trabajo de investigación, Pamplona, 2005.

[2] Javier Bello Guerra, ob. Cit.


Una respuesta a “La Escuela: una mirada desde la experiencia docente

  1. Aquella visión pesimista se puede casi oler en los muchachos que solo nos oyen -a los adultos- quejarnos de cada cosa que sucede en el Perú. ¿Cuántas veces habremos expresado nuestra concordancia con alguna medida del gobierno, con un logro, con un proyecto? Es una pena que no podamos reprimir nuestra desazón, pero también es una pena que no terminemos de entender que al Perú lo hacemos todos y que depende de nuestra energía que éste salga adelante a través de las fuerzas que quieran ponerle los que nos siguen en esta tarea: las nuevas generacios, nuestros hijos.
    Si todo lo ven malo, como lo demuestran las noticias, ¿cómo no van a querer irse de aquí?. Los jóvenes no solo salen buscando más dinero, ellos buscan un trato justo, un lugar donde se respete su esfuerzo, gente que sepa convivir en sociedad, autoridades reales, etc. No solo se trata de tener un trabajo con buena paga, porque en el extranjero se sufre en eso más que acá. Ellos están dispuesto a luchar, pero que se reconozca su esfuerzo y se respeten sus logros.
    Ahora, que vemos lo que sucede en nuestra patria con tanta tergiversación malintencionada de la verdad, lo que sucede por la ausencia de autoridad moral, por el trabajo sucio de quienes quieren el caos del país, y vemos el producto de esa ignorancia que ha sido resguardada por quienes la amasan ahora como bastión político; nos damos cuenta qué poco hemos avanzado en ser una sola nación. Es muy triste que sean más los que desunan, que los que quieren un país fuerte: unido aunque sea con problemas, porque las diferencias también son una riqueza. Siempre vemos el vaso medio vacío, en vez de medio lleno…
    Muchas gracias por sus artículos. Siga adelante, espero que muchos lo lean y comprendan que se puede amar al Perú, más de lo que pensaron.

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