La opción por la centralidad de la persona del alumno

Por Edistio Cámere

Tiempo atrás estuvo en cartelera una película discreta técnicamente, con parlamentos sencillos, buena fotografía, pero candorosamente entretenida. La película titulada “Diario de una Princesa” es un ejemplo plástico del cómo y del fin de la actividad educativa cuando se tiene en cuenta a la persona. La reina de un imaginario país, Genovia, se encuentra en la tesitura de elegir su sucesora. Su nieta americana es la candidata. Cuando la contacta encuentra a una joven temerosa, insegura, metida en sus ilusiones y confundida con sus ‘tragedias’. Un resorte comprimido por trabas propias y de su entorno. Sin embargo, la reina ‘ve’ a su futura sucesora y pondrá empeño y los medios a su alcance para educir de ella los modos y cualidades propios de una princesa.

En apretado síntesis diré que durante el proceso de cambio la reina realizó cinco acciones significativas para lograr su meta: 1) Dedicó tiempo para conocerla; 2) Estableció un plan de trabajo que contó con la anuencia de la nieta; 3) Combinó la exigencia con el cariño; 4) Permitió, aún a riesgo de fracasar en su intento, que ella tomara la decisión final; y, 5) Como eje transversal, independiente del presunto resultado, mantuvo su confianza y afecto hacia ella.

La opción por la centralidad de la persona del alumno no es una suerte de eslogan que preside las actividades de una organización. Tampoco es una mera consigna cuyo enunciado por arte de magia tiene la virtud de cambiar y alinear comportamientos. Se trata, más bien, de una tarea que compromete las entrañas de la misma escuela. Toda ella, en su múltiple complejidad (principios, cultura, procesos, normas, actividades, técnicas…) tiene que contribuir a que sus miembros descubran, acepten y les sea reconocida su valía como personas. ¡Qué otra cosa es el educere sino el hacer patente a los ojos de la persona su valor como tal! Esto sólo es posible en una organización que dedica tiempo a conocer a sus miembros; que tiene planes de trabajo ajustados a las propias capacidades; que procura armonizar la exigencia con el cariño; que confía en las decisiones y cree en la rectitud de intención de sus docentes.

Se podría implementar laboratorios tecnológicos, pero si no nos detenemos en mirar objetivamente a cada alumno en su condición de persona, la educación trocaría en mera instrucción. Se podría importar modelos o marcas de renombre, pero si no somos capaces de atender al alumno, a la alumna, en su singularidad y en sus circunstancias, estaríamos más pendientes de la imagen que la escuela proyecta hacia el entorno. Se podría mostrar espectaculares resultados académicos pero si no somos capaces de estimular a los alumnos para que se aventuren a establecer relaciones personales inéditas con la información recibida, la escuela -por el contrario- estaría enfatizando la repetición impersonal de los conocimientos trasmitidos.

Qué pasa en la escuela

Una escuela, ciertamente, procura una buena infraestructura, mas sólo ella no la califica como tal. Una escuela enseña materias y contenidos, pero aún dicha actividad no abarca lo que ella tiene de significativo. Parte importante de su funcionamiento son los profesores y el personal administrativo, no obstante el colegio es más. Los alumnos -materia prima del esfuerzo desplegado- como tales, no agotan la esencia de una escuela. Más aún, los padres de familia, que son piezas fundamentales en su dinámica, no traducen por sí mismos el concepto de un colegio. Una escuela contiene las partes mencionadas, pero es mucho más. Es vida, es convivencia, es unidad, es el gran proyecto de la forja de personas, donde todos los integrantes en el proceso de ser aportan desde su vertiente a la escuela.

Mediante su libertad e inteligencia el hombre ha dibujado una sociedad que se percibe como avasalladoramente cambiante por el nivel de desarrollo tecnológico alcanzado, por la apertura a la pluralidad de estilos de vida, por el mercado en expansión que propone como valor general el bienestar material en la medida que el ciudadano adopte la identidad de un consumidor. La sociedad, tal y como es actualmente, es el espacio en el cual el estudiante tiene que desplegar su ser y su quehacer. No hemos de preguntarnos qué necesita saber y conocer el hombre para mantener el orden social establecido; sino qué potencial hay en el hombre y qué puede desarrollarse en él. Así será posible aportar al orden social nuevas fuerzas procedentes de las jóvenes generaciones. De esta manera, siempre pervivirá en el orden social lo que hagan de él los hombres integrales que se incorporen al mismo en vez de hacer de la nueva generación lo que el orden social establecido quiera hacer de ella”. (R. Steiner)[1]

En esta línea le compete a la escuela del presente siglo, sin enajenar su derecho de apropiarse de las buenas propuestas que circulan en la sociedad, afinarse como institución -integralmente comprendida- para brindar eficaz y eficientemente una educación que privilegie el trato personal, el uno a uno, respetando y potenciando las diferencias individuales; que permita contemplar a cada alumno, a cada alumna, en su condición de único, singular e irrepetible. Una escuela que busque que sus alumnos, siendo hijos de este tiempo, sean capaces de utilizar como medios las ventajas de esta sociedad, pero al mismo tiempo puedan complacerse admirando la naturaleza, leyendo un libro, cultivando el arte o la música, reflexionando sobre un tópico y participando de una amena e interesante conversación. Que sus alumnos posean una significativa cantidad de opciones y puedan así conducirse con señorío frente a la ingente variedad de estímulos provenientes de los avances del presente siglo. Una escuela que lejos de estigmatizar la tecnología y sus efectos, revalore el correcto humanismo para que sus estudiantes desarrollen, cultiven y aprecian la riqueza específicamente humana.

Mantenerse firmes en pos de esa meta exige esfuerzo, paciencia y  fortaleza. En este empeño no se puede olvidar que la escuela es una organización que aprende, en primera instancia de sus docentes y alumnos, pero muy de cerca de las familias. El aprendizaje del colegio en los encuentros entre el tutor y los padres de familia, tan llenos de vida, de vivencias y de proyectos -un poema de lo cotidiano familiar y personal- donde con sencillez y naturalidad se va pasando revista a la ‘biografía en crecimiento’ de cada niño es la clave para acertar en una educación centrada en la persona.

 


[1] Huerta, Elena y Matamala, Antonio, “Niños y niñas protagonistas de su aprendizaje”, Ed. Anaya, España, 1994, pág. 92.


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