El acompañamiento del docente en el crecimiento del alumno

Por Edistio Cámere

En un colegio el tiempo transcurre entre clases y recreos, entre el estudio y el juego. Da la impresión que en ese espacio no ocurriese nada importante, a decir de aquellos que propugnan una escuela que mire a la producción, y de otros que sostienen que el tiempo de permanencia de los alumnos en el colegio es excesivo. Sin embargo, en un colegio suceden hechos de primer orden: los alumnos crecen, que es el modo más puro y natural de aprovechar el tiempo.

El filósofo español Leonardo Polo intenta una explicación: “¿Cuál es el modo puro de ganar el tiempo? Para un viviente es crecer. Un ser viviente que está creciendo no pierde el tiempo de ninguna manera, sino que usa el tiempo a su favor”. En efecto, “el crecimiento orgánico acontece en gran parte en la embriogénesis, el periodo que abarca desde el cigoto fecundado hasta el nacimiento; es este periodo de crecimiento puro: en el seno de la madre el niño no hace otra cosa que ganar tiempo, se dedica a hacerse a sí mismo. Después del nacimiento se sigue creciendo, por ejemplo, al domesticar el propio cuerpo, es decir, al aprender a usarlo con la adquisición de los reflejos condicionados básicos. Luego, a través de la vida, se adquieren más conocimientos, constituyendo los órganos cuya formación no sólo es embriogénica”[1].

El alumno, desde que inicia el colegio hasta que lo concluye, está en permanente crecimiento, en constante desarrollo. Junto con el crecimiento corporal sus facultades y cualidades van perfilándose acorde con sus periodos evolutivos. Sin embargo, el crecimiento en el ser humano no es meramente somático. Está llamado a crecer como un ser completo, a perfeccionarse como persona que, como afirma el profesor Polo, “es la más alta forma de crecimiento que existe”.

Crecer como persona supone una valoración de las alternativas que se presentan para optar por aquella que conduzca de modo más directo a ese fin.  Decidir también implica transitar por la vía elegida. Por eso, la toma de decisiones tiene siempre un carácter ético, porque el hombre es un ser libre. Precisamente, en su libertad de elegir y en su responsabilidad radica el privilegio de ser él mismo causa de su autodeterminación y de la realización cotidiana de su proyecto vital.

El ser humano se autodetermina en orden a su particular modo de conocer y querer. El conocer -a través de la inteligencia- tiene la misión de identificar un bien al cual se adhiere el querer gracias a la voluntad. La persona no solo no siempre opta por el mayor bien, sino que cuando lo identifica le resulta oneroso alcanzarlo. De allí la importancia de formar el criterio, ejercitar la responsabilidad y promover la adquisición de virtudes, de modo que la decisión asumida se lleve a cabo con presteza y con eficacia.   

Señalamos el hecho de que los niños y jóvenes están aprovechando el tiempo porque están en un franco proceso de crecimiento. Por tanto, el crecer tiene que tender hacia la unidad de la persona. La unidad incuba la diversidad pero riñe con la fragmentación. El hombre es un ser inacabado, en consecuencia su perfeccionamiento como persona no tiene límites a condición que valore correctamente las alternativas que se le presentan y decida por aquella que lo lleve por el camino de ser más y mejor persona.

El alumno crece naturalmente pero es incapaz -por su misma condición de niño y joven- de valorar adecuadamente las alternativas. Desde esa posición se comprende que prefiera el juego, la diversión, dejar para mañana los deberes, el pasar por alto situaciones provechosas de aprendizaje personal… Su capacidad de autodeterminación aún incipiente exonera la vinculación estrecha que existe entre las decisiones y la ética. ¿Cómo compaginar el aprovechamiento del tiempo con su situación real de crecimiento? La única manera es que el docente supla esa carencia actuando éticamente. Siendo ético en el ejercicio de su quehacer.     

“Desde el punto de vista del carácter temporal, la ética es el modo de no perder el tiempo. Es el modo en que el hombre gana tiempo. Es el modo de compensar el inevitable transcurso del tiempo, de evitar el déficit: que no haya más tiempo que lo que se puede lograr en el tiempo”[2].Este predicamento da sentido y finalidad a la eficiencia y eficacia pedagógica que se especifica en la preparación diligente de las clases, en la actualización permanente, en la evaluación reflexiva sobre la cotidiana actuación, de modo que el docente se ponga a buen recaudo de la rutina y del mecanicismo educativo y en un estudio concienzudo en la toma de decisiones que involucren a los alumnos.

Con su actitud ética el profesor no solo garantiza el aprendizaje sino que forma a la persona del alumno, logra lo que Constancio Vigil denomina la doble finalidad de la educación. “Mientras bordas, ¿supones que lo principal es el bordado?  -Me parece que sí.  -A mí, en cambio, me parece que no. Tu error es muy común. Lo principal es siempre el alma, la inteligencia, el sentimiento. Poco o nada significan las cosas en sí. El bordado se aja y envejece. La paciencia, la habilidad y la perseverancia que ejercitas y aumentas mientras lo ejecutas es lo que más vale de tu bordado, lo que quedará en definitiva”[3].


[1]Polo, Leonardo,‘Quién es el hombre’.Ed. UDEP. Perú, 1993, págs. 110-111.

[2]Polo, Leonardo, ob. cit. pág. 110.

[3]Vigil, Constancio, ‘La educación del hijo’, Ed. Atlántida, Argentina, 1945,  pág. 164.


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