Capacitación y Formación Docente

capacitacion-docenteLa formación de los integrantes del claustro de docentes – incluyendo directivos – es clave en una escuela, pero para nuestros propósitos conviene distinguirla de la capacitación. Ésta apunta más al incremento de la suficiencia técnico-pedagógica, que representa el ‘patrimonio’ con el cual el docente se presenta y ejerce su quehacer en un colegio. A mi juicio, el centro educativo tiene que alentar y promover la capacitación más no debe ‘reemplazar’ sino más bien acoger y patrocinar a quienes muestran interés. Un modo en que se revela la ilusión profesional es precisamente la motivación mostrada por capacitarse. Capacitarse, sin embargo, no supone la asistencia a centros de estudios superiores ni la acumulación de títulos universitarios – por cierto, que obtenerlos no es cosa de poca monta – es más bien, una actitud de estudio y análisis frente a las situaciones ordinarias que el ejercicio de la profesión conlleva. ‘Pararse a pensar’ frente a un suceso o conducta implica: a) romper con la rígida práctica del ‘siempre se hizo así’; b) la configuración y cierre de un círculo virtuoso: la teoría se ajusta a la situación y/o a la persona; c) la experiencia incorporada como consecuencia de los resultados obtenidos es rica, flexible y diferenciada; y, d) esta forma de proceder avoca de los directivos confianza en el docente y respaldo en las decisiones asumidas.

La formación, en cambio, se entronca con la visión, principios y valores (Ideario, también se suele denominar) que tiene la escuela y, con el hecho patente que con ocasión de la relación enseñanza-aprendizaje comparece la persona del alumno. La reflexión de las implicancias teórico-prácticas de franquear esa función o ese rol no tiene que ser tarea solitaria del docente, es competencia de la escuela conducirla y abonarla con argumentos. De otro lado, a toda escuela le puede interesar configurar un estilo, un talante que la distinga de las demás o de sus más cercanas competidoras. El modo de ser se forja mediante la adhesión libre de los docentes a los principios de su escuela, de tal manera que en su habitual comportamiento y con respeto a la singularidad de cada uno, manifiestan ante los alumnos lo ‘fundamental’ del centro educativo. “La eficacia de un centro no proviene solo de la eficiencia de uno de sus componentes, sino de un equipo integrado, en el que mutuamente se potencian sus componentes” (1) Sí como decíamos líneas arriba, con ocasión de la enseñanza-aprendizaje comparece la persona del alumno, ahora, tendremos que decir que, con ocasión de la conducta y actitud del docente comparece ante el alumno el ideario del colegio.

El docente trasmite conocimientos pero no agota su dimensión educativa en la enseñanza, se dispone a educar desde su ser personal, por tanto, la formación, también debe conducir al crecimiento y despliegue de sus talentos. Los talentos por tener un carácter social se orientan al crecimiento recíproco: aportan al crecimiento de los otros y, a su vez, los talentos de aquellos contribuyen a la propia mejora. El incremento de las propias capacidades depende de los demás: 1) En tanto que sus limitaciones y dimensiones se perciban como oportunidades para descubrir nuevos matices o perspectivas en los talentos propios; 2) En la medida en que se recibe un bien del que se carece y que es suministrado por otra persona que posee un talento mediano o al no tenerlo cuando la ocasión lo amerita, acicatea para ser adquirido o a mejorar su despliegue.

La unidad de una escuela no radica en ‘hacer todos, las mismas cosas y del mismo modo’, más bien, la unidad reside en querer los mismos principios educativos, expresados máximamente en procurar la mejora del alumno como persona. Lo cual se logra a través de una cálida, atractiva y sustentada formación docente.

Edistio Cámere

(1 )Mañu, Manuel, 1999, Equipos directivos, Rialp, Madrid, pág. 79


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