Edistio Cámere
“Siete de cada 10 estudiantes se pronuncia a favor de la importante influencia de sus padres en los valores que actualmente tienen”. Es una de las conclusiones que se han obtenido en una investigación realizada en 40 centros educativos particulares y nacionales de Lima Metropolitana (2012). La opinión de los estudiantes reafirma la relevancia de la familia en pleno siglo XXI a pesar de que numerosas voces se apuran mediáticamente en declarar su agónica preponderancia en la dinámica social.
Las familias no escapan de los embates de una sociedad que, desconcertada por la prisa y la densidad de los acontecimientos, no define aún el norte a seguir. El desconcierto genera inseguridad y la inseguridad deja al hombre en la intemperie, desprotegido, aunque busque escudarse tras el éxito, el poder y el tener. En este contexto, el ser humano en la cotidianeidad encuentra la lumbre para calentarse, el silencio para ser escuchado, la mano tendida para ser acogido, la historia que nutre su identidad, el cariño sin mérito, la convivencia que enriquece su yo y el nombre propio que lo distingue.
La persona construye su vida en un tiempo que se ofrece trozado y espaciado en segundos, minutos y horas. Ese tiempo así distribuido sorprende por la celeridad de su paso; no obstante, en donde mejor se represa es en un ambiente que permita estar totalmente presente, ese ambiente es la familia. Sus miembros no solamente despliegan acciones para habitar la casa, también y en simultáneo se relacionan con personas quienes intercambian, expresan y muestran lo singular, lo irrepetible y sublime de cada una de ellas.
La comunicación de los afectos, de los pensamientos, de las tristezas y preocupaciones, de los ideales y de las creencias, dilata el tiempo en que ocurren; al ser inmediato el retorno, se construye el argumento del momento y se sientan las bases para la narrativa de la familia que no solamente es rastro para la apacible encrucijada de las generaciones venideras; también se participa a la sociedad a través de las relaciones que establecerán los miembros portantes de esa narrativa.
La fuerza de la familia reside en la puesta en valor de la alta condición de ser persona. Las relaciones intensas, constantes e integrales entre sus miembros, que se despliegan en ‘habitualmente’, permiten en tiempo real, con palabras y con gestos, expresar, confirmar ¡qué alegría que estés entre nosotros! sin reclamar mérito alguno. En la familia se recrea lo cotidiano, a veces como poesía; otras, como epopeya, siempre como el espacio en que el nombre, la identidad y el amor confirman la valía de la persona.
La familia como natural ámbito de la expresión de la sociabilidad y relacionabilidad humana las enlaza, las potencia y las completa con la radical presencia del amor. La estirpe del amor es la familia. Sin este ingrediente que acoge y proyecta lo singular e irrepetible de cada cual, la sociedad carecería de un referente al que apelar para conducirla al encuentro consigo misma.