¿Es posible conocer a nuestros alumnos?

 Por Edistio Cámere

 ¿Es posible conocer a mis alumnos si en el aula tengo más de treinta? Es ésta una pregunta que el profesor se formula con arreglo a su propia circunstancia y con sincera preocupación. Obviamente, el conocimiento pleno y profundo de todos y cada uno de los alumnos es un ideal alcanzable sólo si la convivencia se extendiera también a los otros ámbitos naturales donde el alumno se desenvuelve cotidianamente, cosa que físicamente es imposible. 

Sin embargo, el tiempo en la escuela, distribuido entre las clases, los recreos, los encuentros informales y otras actividades, es el necesario y conveniente –si el docente lo busca intencionalmente– para conocer al alumno. Para lograr dicho cometido, el docente tiene que actuar con rectitud de intención, averiguar la naturaleza de la persona en cuanto tal;  percibir al sujeto como distinto de todo lo que no es él;  y  tener trato y comunicación con el alumno. 

La educación, aquella que busca trascender el ‘hacer’ del alumno para instalarse en su ser-persona, es un acto humano relacional  por excelencia. Es acto, porque la educación debe realizarse ‘con’ conciencia y ‘en’ conciencia; y con un expreso deseo de querer hacerla. También es acto porque la educación implica un cambio o movimiento en el ser: la posibilidad se concreta especificándose.

Pero la educación también implica lo humano, porque los actores son personas; y con un añadido particular: los actores se encuentran en estadios diferentes de madurez y desarrollo. Aquí nace la fundamental consideración de que el medio fundamental para educar es la persona del docente. Y por último, es relacional, porque la educación se logra teniendo como base el establecimiento de un vínculo significativo que garantiza cierta correspondencia entre los protagonistas.  

Rectitud de intención

Conviene en primer lugar tratar de modo separado ambos conceptos: rectitud e intención.  La intención o intencionalidad es un vocablo que expresa la acción y efecto de tender ‘hacia’ algo. Tender, de suyo habla de movimiento. Pero paralelamente excluye el mero moverse de cualquier manera. Predica la tensión de ir hacia algo específico. La  tendencia por la tendencia implica, en cierto modo, una intención deficitaria. El movimiento hacia algo habla de un objeto o sujeto externo con relación a quien se mueve. Pero otro punto que se relaciona con este tender hacia algo es el ‘querer’ hacerlo, lo cual predica una acción de la voluntad. En resumen entonces, la intención se puede definir como la tendencia constante de la voluntad hacia su objeto formal que es el ‘bien’.  En el ámbito educativo el agente que tiende o se mueve es el docente y lo hace hacia el alumno. 

Sin embargo, surge ahora la pregunta: ¿se llegaría, al final de todo, a cumplir con el fin de la voluntad en el ámbito educativo? La respuesta sería afirmativa siempre y cuando se cierre el circuito funcional: el profesor enseña y el alumno aprende; y negativa si la acción del docente es unilateral. El fracaso se da porque de ninguna manera la acción del docente debe ser unilateral; debe descansar en una relación que se hace interpersonal (entre personas) aún a pesar de la delimitación y permanencia de los roles. La intención educativa supone, por tanto, un trascender la contingencia de la actividad para situarse en el sujeto de dicha actividad: la persona del alumno. 

Si analizáramos dicha intención educativa desde la perspectiva del alumno llegaríamos a lo mismo. Quien hace de alumno siempre es una persona (un niño o un joven, hombre o mujer).  Por eso más propiamente la intención del docente es la persona que, en sí misma, es un bien.  Entonces, ¿llegar a la persona es la meta de la intención docente? Es bastante pero no suficiente.  Más bien, lo propio de toda acción educativa es ayudar a que la persona descubra y se dirija hacia su propio bien.

Y para que la ayuda sea eficaz y eficiente, el docente debe procurar conocer al alumno. Cuanto más lo intente mejor, porque terminará queriendo a su discípulo y por efecto su bien. Cuando el hombre conoce y ama, posee en cierto sentido las perfecciones de las cosas que conoce y ama, y esto en cierto modo es precisamente la posesión intencional” (Jesús García. Diccionario de Pedagogía II).

El segundo concepto por analizar es la rectitud. La intención es recta cuando, conocido el bien, se pone constantemente y conscientemente todos los medios para alcanzarlo o ayudar a hacerlo. Poner todos los medios implica comprender qué es una persona; implica también aplicar las habilidades y conocimientos prácticos propios de la profesión; y, por último, mostrar con el ejemplo los cauces que faciliten el bien personal. 


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